lunes, 19 de noviembre de 2012

Leal al Régimen - Cuento de CF



Uno de los primeros ejercicios que hice en el Taller Forjadores fue una propuesta de Susana Sussman, una chica venezolana que impulsa la creación de Cf en su país y dirige el portal Forjadores. La consigna era hacer un cuento sobre “un mundo sin aire”. Recuerdo que Juan Guerra, también miembro del taller había mostrado un cuento muy interesante para el mismo ejercicio. Entonces se me ocurrió la idea de una estación espacial. Y de paso teorizar un poco sobre las formas que encuentra la vida para manifestarse. La acción de este cuento se desarrolla en el universo de mis relatos de “Enfrentamientos de los dioses”. Podría ubicarse entre el segundo y el tercer libro de esa saga. Algún tiempo después fue publicado en la revista Alfa Eridiani. Este es uno de los cuentos que ha sido traducido al francés por el equipo de Lectures D'Ailleurs. Pueden encontrarlo aquí: http://lecturesdailleurs.blogspot.com.ar/2013/04/loyal-envers-le-regime-m-c-carper.html

Leal al Régimen
M. C. Carper



Terminadas todas las pruebas de seguridad, convoqué a mis asistentes. A los mismos que me acompañaron durante una década con total fidelidad. Uno a uno, se presentaron en la plataforma de atraque ubicándose en sus lugares habituales como un batallón bien disciplinado. Detrás de ellos podía ver la monumental compuerta que nos separaba del vacío eterno. Ahí se quedaron, formados en perfecto orden, mis doscientos robots especializados en arquitectura espacial. Por supuesto, eran muy diferentes en su aspecto. Por  ejemplo QY 311, de la serie de montaje era robusto, alto, con cuatro brazos grúa, mientras que RMF, el encargado de los campos hidropónicos era de mi altura, con manos delicadas y apenas cuarenta kilos de peso, pero no voy a describirlos a todos, eso no importa.
Por cierto, mi nombre es Markus Helkenberger, arquitecto espacial y comandante del Régimen Dobo. El Alto mando me destinó para una misión de gran importancia: El Proyecto Dobómica, una idea de nuestro líder, el Primario Dobom.
Ante las terribles tensiones políticas de la galaxia era necesario disponer de un lugar neutral en donde todos los mundos estuviesen representados ¿Qué sitio es más neutral que el espacio? Por eso la Multi Embajada se construyó aquí, en el vacío. Diez años atrás,  llegamos al sistema Gamóss, un lugar devastado por la colisión de dos mundos, allí emplazamos nuestra planta constructora. Por cierto, se nos habían adelantado gemólogos independientes para llevarse materiales. Pero aún así, había todo lo que necesitábamos entre los restos de la catástrofe sideral.
Buscamos los asteroides más grandes, con la forma cilíndrica adecuada, el C653 fue ideal, realizamos perforaciones para ahuecarlo, reduciéndolo a un tamaño de setecientos kilómetros de longitud por doscientos cincuenta de diámetro. Nuestras máquinas constructoras de vigas nos proveyeron de soportes antes de activar el campo estático que daría integridad total a la futura base. Por suerte en el Régimen tenemos mentes superiores como la del Doctor Krysstall, que hizo realidad el manejo de los campos estáticos, con ellos pudimos crear ambientes seguros ante cualquier circunstancia, es necesario un multiplicador de gravedades o un torpedo de antimateria para desestabilizar un CE. También conseguimos graduarlo para tener distintas contexturas, hay campos estáticos flexibles, resistentes y de los más diversos tamaños, sé que en estos días, están experimentando con el CE permeable en los laboratorios de investigación del Régimen.
Luego de darle estabilidad, comenzamos las obras para la gravedad artificial. Un “G” es ideal para los humanos, pero hay más de treinta formas de vida inteligentes conocidas, si bien la mayoría la acepta con cierta adaptación. Se ha teorizado mucho sobre las condiciones que generan la vida y la experiencia nos da un número perfectamente clasificable:
Primero la distancia al sol es fundamental, una Unidad Astronómica es la mejor en un noventa por ciento de los casos, nos da un planeta con una temperatura adecuada para el ciclo del agua, no la congela ni la vaporiza, el agua es imperiosa para la vida vegetal y la manipulación de materiales minerales y orgánicos. Se necesita también un terreno firme. ¿Cómo hubiesen progresado los cetáceos de Aguand si no se hubiesen aventurado a la superficie? ¿Cómo hubiesen descubierto el fuego?
Y eso nos trae otra cuestión, se requiere de una atmósfera que contenga los gases y facilite la combustión química sin incendiar el planeta, una mezcla de componentes respirables, la gran mayoría hace simbiosis con la fotosíntesis de los vegetales; aunque en esto hay gran variedad.
Los tamaños de los mundos con vida inteligente tampoco son muy disímiles. Tanto los planetas terrestres como los satélites de los gigantes gaseosos disponen de un diámetro semejante que genera una gravedad siempre próxima a un “G”. Lugares donde sustancias disolventes se manifiestan y las moléculas se unen en sacos líquidos, en tales ambientes se perfecciona una especie, siempre que disponga de un dedo pulgar en sus manos para modificar el entorno.
Todo esto es más sencillo si se cuenta con cantidad de unidades, para eso existen los aparatos reproductores que aumentan las comunidades, provocando el orden social y la civilización.
Hay quienes aseguran que la influencia de un satélite es imperiosa para ciertos ciclos como las mareas, pero eso no tiene aplicación en Dobómica. Sin embargo, nos vimos obligados a construir siete anillos interiores en un sector de la estación, con giros de diferente velocidad para otras gravedades. En ellos no existen todas las comodidades que dispusimos para el cuerpo principal que rota a un “G”, pero los setenbelinos, los Moas o las Ylga-Doa gyrlussianas, entre tantos, tienen sus habitats en esos anillos.
Los puertos de acceso están en los extremos del cilindro, son una sucesión de rampas y hangares pensados para todas las espacionaves registradas, las entradas dan al Eje, recurso óptimo para trasladarse de un extremo al otro a mayor velocidad.
 Rodeando la estación a intervalos de doscientos kilómetros dispuse los colectores solares. FHTT, mi robot de Estructuras, instaló los reactores que mueven la Multiembajada.
Concluida esa etapa comenzamos a las ambientaciones de cada sector, fue lo más difícil y costoso, crear embajadas que imitasen con fidelidad los mundos que representarían. Separamos cada terreno por campos estáticos de dos kilómetros de alto; cabe mencionar que la gravedad de Dobómica se va reduciendo a medida que nos acercamos al Eje, hay cien kilómetros desde la superficie habitable cubierta por vida vegetal, campos hidropónicos y lagos hasta el Eje. Entre el casco externo y la cara interna ubicamos toda la infraestructura necesaria para el mantenimiento de Dobómica, son nuestros veinte kilómetros de área restringida, la posibilidad de un sabotaje en la estación es inadmisible.
Mis robots me auxiliaron para acondicionar las embajadas. Primero obtuvimos las composiciones de gases respirables para cada especie e inundamos con ellos los sectores dispuestos, luego, con el mayor cuidado, importamos minerales de cada planeta para crear paisajes familiares a los futuros inquilinos. La vida vegetal fue puesta en cuarentena antes de plantarse, un trabajo de paciencia, pero gracias a los robots no perdí el entusiasmo. Hoy, después de diez años hemos concluido el proyecto, todo está listo para recibir a los embajadores, a sus contingentes y a todo el personal militar que controlará esta maravilla. Como es lógico, Dobómica está defendida por artillería de gran poder, puede albergar veinte escuadrones de cazas espaciales y dispone de un cañón de bombardeo planetario. Claro, no mencioné que el mismísimo Primario Dobom tendrá un edificio de gobierno aquí y antes de que arribe el personal tengo que cumplir una de sus órdenes, algo que se me encargó desde el principio, cuando acepté esta misión. Recorrí con la mirada cada uno de mis queridos robots y dije:
         —¡Todos han cumplido sus funciones más allá de lo predecible! ¡Son un orgullo para el Régimen! El conocimiento que llevan en sus cerebros lógicos es una fuente de inseguridad ante espías o saboteadores, su empeño no será olvidado en los registros del Alto Mando.
Apenas mencioné la última palabra, cerré la compuerta que me separaba de ellos. Una alarma roja inundó el hangar mientras operaba los controles para expulsarlos al vacío en dirección a sol de Gamóss. Sin resistirse, los robots se dejaron caer al espacio aceptando que su utilidad había finalizado, por desgracia no eran indispensables.
Volví a mi oficina, necesitaba un trago de curazao arco iris, estaba abatido. A veces la lealtad al Régimen exige sacrificios, pero también hay recompensas como la gloria y la fortuna, en estos diez años mis cuentas bancarias se multiplicaron más de lo que había soñado y los grandes generales ya no se dirigían a mí con displicencia en sus mensajes. Estaba degustando mi bebida cuando oí la entrada de un mensaje en el hipercomunicador, era del Alto Mando, un funcionario que no conocía, pero tenía las credenciales oficiales.
—Arquitecto Helkenberger, felicitaciones —dijo a modo de saludo—. Acabo de recibir la notificación de que todo está dispuesto para el arribo del Primario.
—Así es, ya terminé todos los procedimientos. En este instante soy la única criatura pensante que queda en la estación.
—Ha cumplido sus funciones más allá de lo predecible para el Régimen —dijo y se me heló la sangre—. Su conocimiento sobre la estación es un riesgo que no podemos admitir, le ordeno que use el sobre negro.
No pude reproducir ningún sonido, ante una orden así no hay salida, me otorgaban el honor de abrir el sobre negro, el que contenía una ampolla con veneno, algo rápido, eficaz e indoloro. De no hacerlo, mandarían a un asesino profesional. Corté la comunicación y dije la clave de tres palabras que abría el gabinete donde guardaba el sobre, me di cuenta de que no era indispensable. Mientras movía la ampolla dentro de la boca no dejaba de pensar en mis queridos robots.

martes, 13 de noviembre de 2012

Tribulaciones del cadete Uzpix - Cuento de CF

Tribulaciones del cadete Uzpix fue el primer cuento que aceptaron publicarme. recuerdo aquel correo electrónico de mi amigo y editor José Joaquín Ramos de Francisco. Era para su publicación, Alfa Eridiani, un e-zine al que leía siempre y donde varios amigos de Taller Siete habían publicado. Por supuesto, el cuento había sido comentado en el taller y pasado por muchas modificaciones. En esa época, Vicente Ortuño era el moderador del Taller y mi madrina era Raquel Froilán.
Este cuento era parte de uno de los ejercicios del taller. trata sobre el primer contacto entre seres de distintos planetas. para mi es como una versión oscura de la pelicula E.T. espero que les guste y por supuesto pueden dejar comentarios.





Tribulaciones del Cadete Uzpix
M. C. Carper

La bocina del automovil atronó en sus delicados oídos. Aunque ocurría a intervalos predecibles, no conseguía acostumbrarse. Recordó su entrenamiento y lo inútil de todo lo aprendido. Ninguno de sus instructores había previsto que existiera un lugar tan caótico.  Un transporte pasó lanzando gases contaminantes, transmitiendo una horrenda vibración que sacudió su cuerpo.
Si bien había elegido disminuir los signos vitales para evitar alterarse, se resistía a quedar a merced de tantos bárbaros. Era preferible aturdirse con el estruendo de sus voces y vehículos que perder el sentido de la realidad.
Todo por culpa de la entropía.
Había transcurrido demasiado tiempo desde la desgracia. En el momento menos esperado, el camuflaje de rata vibratoria había fallado. Ya no era un grupo anónimo de átomos o un aburrido neutrino. Ocupaba un espacio fácil de percibir por los habitantes locales de ese planeta.
Sus compañeros no pudieron asistirlo pues se había aventurado en una calle atestada de humanos. Por fortuna, los nativos, no se sorprendieron de hallarlo en medio de la peatonal. Algo había aprendido sobre los terrestres. Eran demasiado ciegos para ver lo obvio. Mientras no se moviera, lo tomarían por un objeto inanimado. A pesar de su aspecto ligeramente antropomorfo. Ningún humano jamás lo confundiría con un pariente lejano pero, al menos, podría resultarles simpático. Se contaban historias horribles en los corredores de su nave sobre espacionautas atrapados por salvajes.
Estar inmóvil no era una de sus virtudes. Uzpix era un Cadete Clase Uno. Con semejante nivel de instrucción, encontró pronto una solución para ese quietismo. Poseía la facultad de aletargarse a voluntad. Un acto comúnmente llamado petrificarse.
Pasaron los días y comenzó a llover. La presencia de un humano rondándolo lo intranquilizó. Aquel nativo lo escudriñaba con atención. Al mismo tiempo, miraba con disimulo a sus congéneres. Esperó cerca de Uzpix la caída del sol. El desdichado Cadete no imaginaba cuales eran sus intenciones. Manos encallecidas lo izaron hasta un transporte impulsado por un primitivo motor a combustión. El viaje duró una hora. Apenas se detuvieron, fue cargado sobre hombros anónimos para ser encerrado en un sitio umbrío. La pulsera de sensores le indicó el tiempo transcurrido. Se animó a explorar el lugar. Estaba atestado de objetos. No había otro ser vivo ahí. Sólo montones de cosas en desuso. Un sentimiento de alerta le sobrevino al comprender que se hallaba en un contenedor de desperdicios.
No ─recapacitó─. Este sitio esta demasiado higiénico.
Además había una mesa con un par de máquinas. Aquello era un taller. Intentó ponerse en contacto con los suyos. Descubrió con pesar que el comunicador no había captado ningún mensaje. Sabía que los sensores enviarían su nueva ubicación a la astronave. Pero conocía el reglamento de los exploradores al pie de la letra. No aprobarían un rescate mientras existiese riesgo de contacto con los locales.
¡Maldito, Creador! Podrías haber estropeado mi camuflaje antes o después de atravesar esa calle atestada de terrestres.
No tardó en comprender que tendría que aguardar. Sin embargo la paciencia era una disciplina poco característica en Uzpix. Dio un bufido frustrado antes de entregarse al sueño del letargo.
Cuando recuperó la conciencia estaba nuevamente sobre los grotescos hombros de un humano.
Lo depositaron entre varios objetos. Mesas, armarios y toda clase de muebles. En todos había símbolos garabateados a mano. Algunos exhibían carteles con la misma clase de escritura. Descubrió que se trataba de números en un sistema decimal. Entender su finalidad le demandó bastante. En su mundo no existía nada parecido a los productores, los consumidores o el mercado. Los Milenarios, los sabios de su especie, habían diseñado maquinas para proveerle de todas sus necesidades, sin pedirle nada a cambio. Anonadado comprendió que se trataba de precios.
¡Estoy en venta!
Compararse con otros objetos no le alentó demasiado. Muchos precios tenían más números que él. Era considerado una especie de adorno o muñeco. Quizá una escultura. Como obra de arte no le pareció el sitio adecuado para estar exhibido. El lugar era oscuro y viejo. En ocasiones lo cambiaban de sitio. Fue así que descubrió una gran abertura. Podía contemplar el paso de los rayos solares día tras día. Distinguía desde ahí, una vereda y una calle. El paso de humanos. A veces lo alcanzaba la vibración de los toscos vehículos pasando.
Los días se sucedieron y su precio comenzó a bajar. Continuaron cambiándolo de lugar pero pocos se demoraban a contemplarlo. Un macabro día lo sacaron del cálido interior para exhibirlo en la vereda, a merced de las inclemencias del tiempo.
¡Creador perverso! ¿Hay un poco de consideración para un leal Cadete Espacial en tu plan?
Uzpix se sentía totalmente desdichado. Haber aprendido el idioma tortuoso de los humanos no fue un consuelo. Un par de ancianas que circulaban diariamente en la vereda no escatimaban verborragia para criticar su aspecto. Aportándole el conocimiento de nuevos epítetos.
─¡Es horrendo! ─decían.
─¡Qué espanto! Seguro es producto de una mente enferma. ─comentaban al unísono.
En el planeta hogar, los ancianos Milenarios eran portadores de sabiduría. No captaba el significado en la actitud de las ancianas pero la respetaba. Estaba tan preocupado por el futuro que no lograba concentrarse en aprender. Desde luego, el planeta Tierra quedaba descartado para cualquier clase de explotación. Había consumido toda la información de la biblioteca de la nave acerca de la Tierra y las costumbres de los habitantes. A su juicio, los terrestres podían ser muy hábiles e ingeniosos con la ciencia pero nunca la aplicaban en el bienestar común si no exclusivamente en el enriquecimiento personal. La única forma de enriquecerse que entendían era el poder. Tener poder sobre las cosas o el entorno. Y preferentemente sobre otros. Al poseer dos sexos intelectuales diferentes para procrearse, cayeron en la solución fácil de transportar esas diferencias a sus deidades, sus negocios y sus metas personales. Los principios masculinos y femeninos prevalecían en casi todos sus conceptos.
Tu, Creador mío, no eres ni padre ni madre. ¡Eres un Cretino egoísta! Si realmente juegas a los dados, estás haciendo trampa.
La peor humillación sufrida fue obra de los niños. Uzpix era un juguete tentador para matar el tiempo. Pellizcos y trompadas nunca escaseaban. Algunos osados intentaron quitarle el paquete de sensores. Era más fácil arrancarle el brazo. En esas oportunidades, uno de los dueños de la tienda los amonestaba. Una vez, los niños llegaron equipados.
Valiéndose de un gran marcador pintaron su boca a modo de labios de caricatura. Su inmovilidad le impedía deshacerse de la molesta pintura. Luchó para no ser dominado por la ira. Después de todo lo consideraban un objeto sin vida. Aunque, pensándolo mejor, si eso hacían con un muñeco que no harían si supieran que podía sentir y reaccionar ante todas esas humillaciones. Los había observado destruyendo un hormiguero. O cortando por deporte las ramas de un árbol cercano.
No. Mejor continúo petrificado.
Agradeció en silencio a los ingenieros que diseñaron su traje de sustento vital. El mismo le proveía alimento durante el letargo. Transformaba en energía la luz solar. Era seguro que enviarían un grupo de rescate pero podía tardar años. Su especie era demasiado cauta en esos asuntos. Si los nativos del planeta no fueran humanos se arriesgaría a dormir. Dejar pasar el tiempo hasta ser hallado. Era una opción imposible de asumir después de todo lo que había experimentado con los terrestres.
El invierno dejó paso a la primavera y luego al verano. El calor agradaba a Uzpix pero no la luz. En su planeta, el astro rey brillaba pálido en el firmamento. Pero, bajo las bóvedas de las ciudades todos gozaban de un clima adecuado para no necesitar ropa.
La cantidad de humanos se había duplicado. Igual que las ventas de la tienda.
Le sorprendió que quitaran el cartel que exhibía su precio de oferta. Muchos temores cobraron forma en su mente. Había ocurrido con muebles y adornos. Primero les retiraban las etiquetas y después desaparecían o eran abandonados en la esquina de la calle. Algunos humanos harapientos se reunían ahí por la noche. Hacían fuego con cartones para formarse alrededor estirando sus palmas y frotándose las manos en alguna clase de rito primitivo.
Nada bueno podía devenir de aquello.
Esa noche, dos hombres, los dueños del negocio se acercaron a observarlo después de cerrar el local.
─Esta cosa lleva mucho tiempo aquí. ─comenzó uno.
─Así es ─dijo el otro─. Se ha transformado en el símbolo de la tienda. Todo el mundo lo relaciona con nosotros ¿Estás seguro de que es buena idea tirarlo?
Uzpix se desesperó. En silencio, por supuesto.
─Debemos renovarnos ─continuó el primero─. Ahora que estamos progresando, con mayor razón. Podemos contratar a alguien para que nos haga un muñeco mejor. Con más vida, quiero decir. Míralo, es un mamarracho de primer grado.
Si mis genes no estuvieran condicionados contra la violencia conocerías mi lado salvaje. ─gruñó mentalmente el Cadete Espacial.
─Siempre creí que era nuestro amuleto de buena suerte ─comentó el segundo con una sonrisa─. Recuerda que con él inauguramos esta tienda.
─Sí. Y nadie nunca dejó una moneda por él. Llévalo hasta el volquete de la esquina.
─Es una lástima.
El hombre obedeció. Al cargarlo en sus hombros, Uzpix lo reconoció. Era el mismo que lo había levantado bajo la lluvia una eternidad atrás. Vio con pavor el contenedor de basura. Cayó sobre un colchón de hojas y cartones. La oscuridad se abatió en poco tiempo. Los humanos harapientos tampoco tardaron. Al verlo, rieron con voces rasposas. De un momento a otro iniciarían el rito del fuego. Uno muy grueso, con varias capas de ropa, mostró un pequeño encendedor a los otros. Dedos torpes, envueltos en guantes de lana rotos, se esforzaron para crear una llama. Varios papeles se encendieron.




No tenía ninguna chance ante el fuego. Su traje resistiría bastante pues era antiflama pero su rostro, pies y manos estaban expuestas. La simple caricia de las llamas lo dañaría hiriéndolo hasta la muerte. El siniestro hombre acomodaba los cartones para alimentar mejor al fuego. Los otros extendieron sus palmas en adoración tribal.
 Era el fin. Uzpix no sintió deseos de revelarse. Toda su educación hacia hincapié en su lealtad al reglamento. Cuando el fuego prendió en el fondo del volquete, el humano se apartó para contemplar junto a su clan como era inmolado un disciplinado explorador espacial.
Como los seres primitivos que tanto criticaba, pensó en su creador. No con protestas, sino con afecto y esperanza. En ese momento percibió un destello en el comunicador. Cuando oyó una voz conocida hablándole en su idioma no pudo darle crédito.
─Cadete Clase Uno Uzpix ¿Me oye? ─dijo el aparato.
─Con claridad, Capitán. ─respondió él con rápidez.
─Estamos estableciendo las coordenadas para el rayo de transporte.
─Mi condición es critica, Capitán. ¡Estoy a punto de morir quemado!
─Serán sólo unos segundos, Cadete. ¿Fue dura la estadía con los terrestres?
─Digamos que cuando yo llegué a ser uno de los Milenarios, quizá podamos decirnos: Hola.