Hace años, la revista
NM de Santiago Oviedo, publicó mi cuento “Incursión en Aguand”. En esa historia
narraba las peripecias de un espacionauta naufrago en un planeta océano. ¿Qué hubiese
ocurrido si en su lugar hubiese naufragado una chica? Esta es la versión
femenina de aquella historia ambientada en el Universo de mi saga EdlD. Nunca ha
sido publicado antes.
Intuición y libros.
Incursión en Aguand.2
– Lori.
Cuando el planeta Aguand apareció en los visores de
nuestra astronave, hablé con el capitán Oysten para oficiar de intérprete con
los nativos y así demostrar que nuestras intenciones eran totalmente
pacíficas. Habían pasado dos horas desde
que el Alto Mando alertara a todas las patrullas sobre los ataques síquicos de
los aguandeses. Todos los miembros del equipo estábamos nerviosos.
Como lo supuse,
Oysten rechazó con tozudez mi pedido. Muchas veces había realizado comentarios
despectivos por el color claro de mi cabello.
—Doctora Grimaldi
—después de un carraspeo, agregó: —, Loretta — me miró fijo haciendo ese tipo
de silencio que usan algunos para generar atención. Pero ya lo había echado a
perder dirigiéndose hacia mí con dos nombres que odio; quienes me conocen saben
que me ganan llamándome Lori. El capitán expuso que un oficial de rango sería
más adecuado para representar al Régimen, que una xenóloga no tiene el
entrenamiento adecuado y cosas así. No insistí, por experiencia sé que es
inútil razonar contra la necesidad de demostrar hombría que tienen algunos
miembros de mi especie. Podía seducirlo, claro, pero su falta de predisposición
me quitó ganas para eso.
Me recluí en el camarote para imprimarme todo
lo que se sabía en el Régimen sobre los
aguandeses. Cargué en el imprimador el pack completo de archivos de la
Enciclopedia Galáctica más otras cosas que encontré en Hipernet. Apoyé el
mentón en la almohadilla para que mis ojos quedasen en posición e inicié la
operación. Duró siete minutos, sentí el característico escozor en el nervio
óptico que viene siempre después de una recarga. Los especialistas recomiendan
que uno duerma a continuación para que la mente se acondicione, así que me
acomodé en el nicho con los precintos antiaceleración en posición a esperar que
pasasen las maniobras que realizaría la espacionave para iniciar el descenso. Estiré
las piernas, pero no logré encontrar ninguna posición relajada. Estaba
nerviosa, mi intuición me alertaba sobre algo, pero no conseguía saber de que
se trataba y no necesité esperar mucho. De repente la espacionave comenzó a
sacudirse. El giroscopio de mi pulsera enloqueció. La integridad del casco
había disminuido a un treinta por ciento, el fuselaje se mantenía apenas por
los tensores del campo estático. No me quedaba más alternativa que abandonar la
nave. Alcancé con esfuerzo el compartimento con
el equipo salvavidas y tiré de la palanca de emergencia para colocarme
el traje espacial. Salí como pude del camarote. A mí alrededor se habían disparado
las señales de alerta como histéricas luces rojas. De un salto me acomodé en la
cápsula de evacuación. Hice la operación mil veces durante el entrenamiento y
esa vez no fue diferente. Hubo una leve sacudida y comenzó la caída libre.
Estos aparatos del Régimen están automatizados, sabía que al llegar a la
superficie habría una maniobra de frenado y se desplegaría la unidad de
supervivencia. Claro que este planeta es casi todo agua y había un ochenta por
ciento de posibilidades de que impactara en el mar.
Así fue.
Después del
planetizaje, verifiqué mi estado físico y mental. Comprobé que mi unidad funcionase. La cápsula tenía forma de cuña,
un verdadero vehículo anfibio con techo
de textura maleable, el agua me rodeaba hasta el horizonte hacia donde mirase.
Deseando que mis conjeturas fuesen erradas, verifiqué en mi unidad inteligente
de pulsera si aún aparecían los signos de vida de mis compañeros, pero excepto
la mía todas estaban apagadas.
Suspiré.
¿Y ahora?
Loa aguandeses son
una civilización importante que ha transpuesto los límites del planeta y tienen
varias colonias mineras en el sistema, aunque son un poco herméticos. Es seguro
que han detectado mi caída, o sea, saben que estoy aquí varada, que vengo del Régimen
y que soy humana por el diseño de mi vehículo. Ahora tienen dos opciones, venir
hasta mí para rescatarme o venir hasta mí para rematarme. Me tendí boca arriba
para estirar los brazos y las piernas, dispuesta a esperar. Como ninguna otra
cosa podía hacer, me quedé dormida.
El rumor de la
alarma me volvió a la realidad, tomé la pistola pixie de doce mil calendas,
pero al instante pensé que eso me condenaría y la dejé en la cartuchera sobre
el camastro, de todos modos no podía ganar enfrentando a un planeta entero. Me
asomé en dirección a la proa, ahí en cuclillas, apenas cubierta por una malla
semitransparente estaba una criatura aguandesa, Su aspecto era humanoide con
pies y manos palmeadas. El color de la piel era de una tonalidad azulada con
brillos verdosos. El cabello consistía de algas que le rozaban los hombros. No
había ninguna arma a la vista. Yo sabía bien que era una algunsa, una hembra.
Los machos de la especie se llaman Balliam y tienen un aspecto semejante a los
manatíes. Por mis nuevos conocimientos imprimados, sabía que los aguandeses de
diferentes sexos viven en comunidades distintas la mayor parte del tiempo y
sólo se juntan para los ritos de apareamiento, por lógica las que llevan
adelante la civilización eran las chicas.
—Hola. —dije en la
lengua Standard.
Me estudió unos
minutos y respondió.
—Usted no estaba
autorizada a venir aquí.
Usó el femenino en
Standard, también se había dado cuenta de mi sexo. Traté de identificar alguna
arma, pero no encontré nada parecido a la vista. Sabía que estas aguandesas
producían al contacto una descarga eléctrica, así que estuve alerta.
—Mis intenciones
son pacíficas —dije—. Vengo en nombre del Régimen, soy la xenóloga Lori.
—Yo soy Aryel
Natrown, la Intérprete, te llevaré ante mis superiores, pero te advierto que
debes demostrar tus intenciones si quieres continuar con vida. —anunció la
algunsa.
—Desde luego.
—afirmé poniéndome el traje de inmersión.
Observé su cuerpo cuando saltó hacia el agua, estilizado y elástico.
Solían llamarlas chicas cetáceas en el Instituto.
Sin más preámbulos
me sumergí, siguiéndola hacia las profundidades, pero no hizo falta ir muy
lejos, aparcado a unos cien metros bajo el agua, nos esperaba un vehículo con
forma de escualo con el tamaño suficiente para que ambas viajáramos en dos
asientos en fila. Aryel operó los mandos y la nave tomó gran velocidad. Hay
poco que pueda contar sobre el trayecto y tampoco hablamos mucho, Aquella
aguandesa era muy parca.
—¿Cómo me hallaste?
—Dije para comenzar una charla—. ¿Fue un escrutinio satelital?
—No usamos eso en océano
—explicó la aguandesa—, tenemos muchos sensores naturales, hay peces sensibles
a las perturbaciones en el mar. Tienen pelos en las escamas que son más
eficaces que los sonares, apenas tocaste al agua, me llegó la noticia.
—¿Peces? —sonreí—.
¿Están siempre alertas por si cae un espacionauta?
—No —contestó ella
cortante—. Su tarea es prevenir maremotos.
Y eso fue todo, no
cruzamos palabra por casi una hora. El
paisaje submarino, a esa velocidad, tampoco es muy entretenido. Me distraje con
el interior de la nave, desde mi asiento apenas veía su nuca, pero me
sorprendió ver en la guantera un libro.
¡Antigüedades! ¡Soy
fanática de ellas! Desde que aprendimos a imprimar, cargar conocimiento en
nuestro cerebro con un simple enlace, están obsoletos. Hace cuatro generaciones
que el hábito de la lectura desapareció de la civilización, los únicos libros
que existen quedan en museos o en las escuelas especializadas. Había visto
otros cuando me enlisté, un año atrás
Para ocupar el tiempo
en ese trayecto, recordé la oficina de mi entrevistador del Partido. Tenía el
típico mobiliario del Régimen, lustrosos muebles grises y negros con estantes
vacíos y cajones sellados. Sin embargo sobre el escritorio había dos
voluminosos libros.
—Bienvenida,
señorita Grimaldi. —me había saludado el funcionario, un tipo joven que no
llegaba a los cuarenta, de cutis blanca y pelo rojo, pero insulso. Esa clase de
hombre que puede resultar bonito en la descripción pero que en persona no
motiva ninguna hormona femenina—. Tiene usted licenciaturas en xenomorfología
—continuó, mirando la pantalla de su computadora—. También ha estudiado
Ecología y tiene dos pasantías en Argio Assor como intérprete de los insectos…
—¡Insectoides! —
recuerdo que corregí.
—¿Perdón?
—Insectoides, los
assorianos perdieron muchas de sus actitudes primitivas cuando desarrollaron el
intelecto. —expliqué.
—Claro —fue su
respuesta automática—. Estos conocimientos son vistosos, pero no tienen ninguna
relevancia si no se usan en cuestiones prácticas ¿Me entiende?
—¿Necesita que
demuestre que he realizado esos cursos?
—No, nadie duda de
estos documentos —carraspeó el funcionario—, pero el Régimen necesita gente con
personalidad, valiente y leal. Sin presiones sobre el carácter y que crean realmente
en lo que hacen.
Sonreí, nunca me
gustaron los burócratas y menos aún que alguien que no tuviera idea sobre mi
profesión, me cuestionara. Estaba a punto de irme, pero antes quise calmar mi
curiosidad.
—¿Y esos libros?
¿Los han puesto de adorno? —dije.
—¿Perdón? —Pestañeó
el pelirrojo sin entender mi pregunta— ¿Qué son libros?
—No importa.
—repliqué dirigiéndome a la puerta. Estaba por salir cuando se oyó una voz,
proveniente de un intercomunicador
—¡Señorita
Grimaldi! Espere un momento, por favor. —pidió la voz, tenía un tono masculino,
firme y cordial. Regresé a mi asiento buscando con la mirada el visor que me
estaba monitoreando desde otra parte de la base, o tal vez desde otra parte de
la galaxia.
—No se moleste con
la situación —prosiguió la voz—. Es nuestra forma de evaluar su carácter, le
aseguró que ningún fanfarrón, adulador o adicto al servilismo logra ser
aceptado en esta oficina. Usted ya lo ha conseguido. Así que me presentaré, soy
el Graff Ajhab.
¡El Graff mismo!
Después del
Primario Dobom, la persona más renombrada del Régimen era Ajhab, corrían
rumores de que no era del todo humano, pero la devoción que inspiraba era
legendaria, me sentí un poco cohibida.
—¡Es un gusto,
Graff!
—Comenzará un
periodo de adaptación a las costumbres del Régimen que incluirá cursos de
supervivencia y doctrinas militares, pasado esto encontraremos un destino
acorde a sus preferencias.
—¡Gracias! ¡En
verdad, muchas gracias! —dije a la nada, sintiéndome un poco ridícula. Entendí
que la entrevista había terminado y me dispuse a retirarme, cuando volví a oír
su voz.
—Las revistas son
un toque personal —explicó—, en mi planeta natal, todo el mundo escribía sus
propios libros, siento afinidad con los que aún prefieren los libros a las
imprimaciones de conocimiento.
Nunca olvidaré que
sonreí y salí de ahí contenta como pocas veces en mi vida.
Mientras recordaba
mantuve los ojos cerrados. Salí de mi ensimismamiento y entonces apareció
delante de nosotros una maravillosa colonia submarina. Pocos en el Régimen
habían visto una ciudad aguandesa, fue emocionante contemplar ese complejo de
avenidas que se trenzaban como arterias bajo monumentales cúpulas
transparentes, aunque la mayoría estaban acondicionadas con aire respirable y
secas por completo, había también algunas llenas de agua, donde se veían niños
aguandeses haciendo cabriolas imposibles fuera de ese medio. Descubrí extensas
granjas piscícolas y campos de corales con todos los colores imaginables. Aryel
guió el vehículo por un compartimiento estanco en la parte inferior y lo subió
hasta una plataforma sin una gota de humedad. Allí me indicó que descendiese guiándome
por unos pasajes tubulares, su rápido andar no me dejaba tiempo para admirar el
paisaje que nos rodeaba. De repente empezó a gritarme en su idioma cetáceo,
demoré unos segundos en entender que me estaba advirtiendo algo. Miré hacia
arriba, a las planchuelas que sostenían los filamentos de luz, entre ellas algo
se movía. Era una criatura que imitaba los colores de su entorno.
Un erizo-
catapulta, famoso por su ponzoña. No tenía oportunidad de efectuar ningún
movimiento, contuve la respiración esperando que saltase hacia mi rostro,
clavándome sus espinas cuando Aryel se interpuso alzando sus manos. Las
pulseras de sus muñecas se desplegaron
como pequeñas pantallas. Vi como sus manos despidieron arcos voltaicos
que achicharraron al erizo, de la criatura no quedó más que un despojo
humeante. Después de todo, ella iba armada.
Continuamos la marcha hasta unos
edificios con paredes de un material que me recordó al mármol pero poroso, la
iluminación era escasa y pude notar que había muchas puertas en las paredes de
esa sala, pero no traspusimos ninguna. Fuimos hasta el centro de una bóveda
circular, a un pedestal coronado por un
símbolo parecido a una ostra. Aryel se detuvo para mirarme.
—Espero que tus
intenciones sean buenas —advirtió—, de lo contrario nunca volverás con los
tuyos.
—¿Qué puedo hacer
para convencerte? —dije bastante incómoda con su actitud.
—Yo soy la
Intérprete, la que entiende a los dioses —Afirmó la aguandesa con total
naturalidad—. Sólo los que entienden ganan la aprobación de los dioses.
Aryel retrocedió
dos pasos expectante, como si dándome espacio me facilitara razonar. De pronto
sus pulseras se activaron, cargándose de energía, con un resplandor azul que me
intimidó, más aún cuando sus manos se alzaron apuntándome.
Aquello era un
acertijo y no podía fallar si quería seguir con vida. No era una pregunta
directa, pero se me requería “entender”. Me mordí el labio inferior buscando
respuestas.
Datos…
¿Qué es lo que sé sobre este planeta? Ella mencionó dioses…
Piensa,
Lori. Piensa, piensa…
—¿Dioses? —murmuré
recordando los debates en el Instituto, todas aquellas veces en las cuales el
concepto de dios se había cruzado en nuestros razonamientos. Volvían a mí las
viejas preguntas: ¿Qué es dios? ¿Cuál es
realmente el sentido que le damos a esa palabra? ¿La definición que diferentes
culturas alienígenas encuentran para esa condición? La imprimación sobre la
cultura aguandesa que hice antes de abandonar la nave, no estaba sirviendo de
mucho… Pero en mi memoria había muchos recuerdos, libros leídos, ilustraciones
contempladas, tenía que establecer relaciones entre los datos.
Reprimí el impulso
de caminar de un lado a otro como es mi costumbre, para seguir escarbando en
mis conocimientos.
Si
los aguandeses no hubiesen alcanzado las estrellas de seguro su Dios sería el
cielo o el mar… Pero Aryel dice ser la que traduce a los dioses, tal como
hacían los antiguos sacerdotes en muchísimas culturas, Sin embargo, la mayoría
era fruto del liderazgo de los machos, no como en Aguand. Así que tenemos una
sacerdotisa y varios dioses ¿o diosas? No, ella dijo dioses, y apostaría que estos
no tienen sexo. No vi símbolos fálicos en la arquitectura de la ciudad, esas
cúpulas me recordaron más bien otra cosa. Por estadísticas, las féminas suelen
tener más contacto con el ecosistema que los machos, prefieren lo táctil y
reconocible a lo etéreo y desconocido. Por lo tanto estamos hablando de seres
vivos, presentes. Además tuvimos que sumergirnos, lo que significa que estas
deidades no tienen su altar en la superficie, luego no conocen el fuego… ni la
luz… Las criaturas a las que Aryel se refiere son acuáticas y viven en las
profundidades abismales. Otra cosa, necesitan de alguien que las interprete,
que escuche un lenguaje sin sonido y eso me recuerda a los ataques que sufren
las naves intrusas, de naturaleza psíquica. Entonces, mi amiga Aryel es una
telépata.
Ahora,
¿Qué clase de organismos pueden ser estos dioses?
Sin
ojos, puede tratarse de anélidos como los setenbelinos o algo parecido a los
crustáceos de Yumix… ¡Ah, claro! Tienen que ser pelecípodos de la familia de
los moluscos y por pura intuición diría que bivalvos,
Bueno lo apostaré todo.
—Lo que entiendo
—dije acentuando las palabras—, es que estoy lista para aceptar la voluntad de
los dioses telépatas bivalvos.
Si bien nunca antes
había visto a una aguandesa, puedo jurar que reconocí la expresión que tienen
cuando están asombrados, la chica cetácea era una cabeza más baja que yo y alzó
el mentón para estudiar mi rostro, como si tratara de descubrir algún truco o
engaño. Sin duda había acertado con mis especulaciones.
—Entiendo. —dije
suavemente.
—Sí —musitó ella—,
los dioses están conformes con tu mente. Dicen que concederán un permiso a tu
gente para asentar una base científica en uno de nuestros mares.
Tenía ganas de
gritar, pero no lo hice por las dudas. Aryel a partir de ese momento, se mostró mucho
más amable y me condujo hasta una oficina donde pude comunicarme con el
Régimen. Luego me llevaron a recorrer la ciudad y me ubicaron en el hotel más
lujoso.
Al día siguiente,
llegó una respuesta desde el Alto Mando, el Graff en persona me contestaba.
Como la vez anterior ninguna imagen acompañó a la voz que salía del
comunicador.
—Lo ha hecho muy
bien. Doctora Lori —comenzó el Graff Ajhab—, el Régimen la compensará por esta
victoria diplomática.
—Le agradezco,
señor. —contesté.
—Las autoridades
aguandesas dicen que usted posee una mente deductiva.
—Sí —sonreí—, en
realidad me valí también de la intuición. Mientras estaba allí vinieron a mi
memoria las imágenes de un libro que
solía mirar junto a mi padre —me detuve pensando que un tono tan confiado no
era el adecuado para dirigirme a uno de los líderes del Régimen.
—Adelante, Lori.
—me animó el Graff.
—Mi padre no
acostumbraba leer, pero yo siempre estuve intrigada por saber de que trataba
ese libro. Cuando tuve edad suficiente, pedí una imprimación para saber leer,
se rieron, pero consintieron mi pedido. Descubrí que el libro trataba sobre
formas de vida marítimas y me fascinaron las fotografías de las ostras y los
caracoles. El éxito de esta misión se debe a esa experiencia de mi infancia.
Ajhab tardó en
volver a hablar, como si estuviese meditando o tal vez ocupándose de otro
asunto mientras conversaba conmigo.
—En verdad fue
culpa de un libro —dijo al fin—, y eso me convence para hacerle un obsequio que
sé, valorará. Tiene una semana para disfrutar de la hospitalidad aguandesa
antes de que llegue el transporte para buscarla y llevarla a Dobómica donde la
espera una biblioteca con miles de ejemplares auténticos de la literatura
humana, coleccionados por mí desde hace años. Usted es la indicada para
poseerlos.
Me quedé sin poder
articular palabra, era como un sueño convertido en realidad, Y él tenía razón,
fue la afición a aquel libro lo que me salvó.
—Disfrútelo,
doctora Lori. Que continúen sus éxitos
Me gustó mucho el clima, mezcla entre futurista y retro. No podía dejar de pensar en Moby Dick ni en 20.000 leguas... Es como un clásico reinterpretado, tomado de ese imaginario de cúpulas transparentes y llevado a otro universo.
ResponderEliminarLa verdad, un viaje fascinante. Me encantó leerlo, lo disfruté muchísimo. Además no pude dejar de leerlo de un tirón, porque no podés cortarlo, te atrapa...
¡Dan ganas de que haya más!
Son tus palabras la mejor recompensa. Quiero que sepas que también te admiro mucho como escritora y divulgadora de estas cosas que a todos nos gustan. Mil gracias por pasar por aquí.
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