Otro
ejercicio propuesto por Sergio Gaut vel Hartman en Taller Siete. Teníamos que
contar una misma historia desde tres puntos de vista diferentes. Originalmente,
este cuento se publicó en Alfa Eridiani con el título “Puntos de vista”. En ese
momento no había pensado en ningún nombre para el cuento y ese fue el que
salió, pero hoy veo que no era muy adecuado. Así que ahora lo presento como
Confluencia de Destinos.
Confluencia
de Destinos
M.C.Carper
El Señor Collins
Observé el mobiliario para matar el
hastío. Una mesa sencilla, dos sillas, dos vasos baratos y una botella con agua.
Era un cuarto pequeño, de cuatro por cuatro. Había un par de puertas. Una daba
al pasillo por el que entré, ignoro a donde conduce la que está frente a mí.
Miré mi nuevo Ipad con estuche de oro, un largo minuto había pasado desde la
hora acordada.
Odio la impuntualidad, una
característica de las personas desordenadas que no pueden gobernarse a sí mismas.
¿Y éste tipo pretende dar una
respuesta coercitiva al asunto?
Es un necio.
El sonido del picaporte me anunció que
llegaba. Ajusté mi corbata y palpé la tarjeta en mi bolsillo, aunque supuse que
él no tendría ninguna. Tampoco traería una nueve milímetros bajo el saco como
yo. El hombre que apareció era gordo y llevaba una gorra descolorida. Usaba una
colonia de marca desconocida, era una bajeza tener que lidiar con él.
—Señor Collins —dijo, ofreciéndome la mano
sudorosa—. Encantado de conocerle, soy Helvio Puertas.
Dejé que oprimiese mis dedos
mostrándose entusiasmado, otro loco soñador. Seguro se creía un iluminado que,
preocupado por sus prójimos, había hecho el gran hallazgo. Permití que iniciase
su exposición sin preámbulos.
—Bien —dijo exhalando cansancio por el
sobrepeso—, mi programa llegó a sus manos hace meses. Sabe que hemos realizado
pruebas en poblaciones reducidas y en todas obtuvimos resultados positivos.
—No lo creo. —ya había hecho analizar
el estúpido programa y el pretencioso alcance que esperaba darle con mi ayuda;
pondría en su lugar a aquel idiota.
—¡Esto eliminará la falta de alimentos
en el mundo! —Continuó jadeando— ¡Los costos de energía se reducirán a nada! Edificando
laboratorios de producción en los lugares más necesitados se frenará la tasa de
mortandad por hambruna.
—¿Pretende que ponga mi dinero en sus
manos para experimentar con esos cristales que halló? —lancé la pregunta para
que explicará sus planes, cuanto sabía en realidad, no quería llegar a lo peor
sin estar seguro.
—Sí, señor. Estos cristales fertilizan
los desiertos, sus emanaciones curan enfermedades terminales. Entre los
miembros de mi equipo había gente que tenía sida y cáncer, hoy pueden competir
en las olimpiadas. Con un mínimo fragmento se puede generar electricidad sin
ningún residuo nocivo. En nuestras últimas pruebas descubrimos que reducen las
posibilidades de sismos y tornados…
—¡Basta! No creo en la magia. ¿Quiere
obsequiar esa fuente de milagros al mundo? ¿Todo a cambio de nada?
—Nada de nada. La humanidad podrá
entregarse a los placeres del conocimiento y la distensión.
—Usted no sabe nada acerca de la
humanidad, como no sabe nada acerca de esos cristales —el gordo se mostró
interesado en mi comentario—. Encontró los dichosos cristales por una maldita
casualidad. Fueron escondidos ahí en los tiempos de mis ancestros. Señores que
en su sabiduría, así lo decidieron. El acceso al lugar estaba prohibido según
las leyes, pero a pesar de las restricciones, usted y sus colegas, excavaron
donde no debían.
—¿Quiere decir que conocían esta
tecnología, pero privaron a la humanidad de su uso? —Al entender al fin lo que
le había revelado, el gordo enfureció— ¿Con qué maldito derecho, hijo de puta?
—me divirtió verlo mirar las paredes buscando una respuesta.
—Su definición de humanidad es la de
los poetas, de los enamorados. De aquellos que no ven más allá de sus narices.
Hace tres mil años se reunieron en una abadía francesa los siete hombres más
poderosos de Europa, no necesita saber los nombres, sólo que en esa reunión
decidieron que era lo mejor para asegurar el futuro de la especie humana, porqué
eso es lo que importa, nunca cuentan los individuos. El futuro es la prioridad.
La naturaleza lo sabe. Desde la cucaracha a las ballenas, pasando por el
hombre; debe prevalecer la especie. Mientras se conserve un espécimen, el más
apto desde luego; la humanidad tendrá un futuro.
—¿Qué quiere decirme? ¿Para que la
humanidad sobreviva hay que negarle esta solución a los problemas?
—Aún no he terminado, gordo. Trate de
no ser insolente y escuche. Aquellos siete de la Abadía le dieron vueltas y
vueltas al asunto durante días. Al final, sin ninguna opción, coincidieron que
había una sola manera de lograr un ser humano con intelecto desarrollado, salud
mental, principios y excelente estado físico… Otra vez, la naturaleza nos
brindaba su ejemplo: La selección natural. Algunos sobreviven, otros no. Se crearon
muchas normas —me distraje un minuto tratando de imaginar a mis ancestros
sellando con pluma y papel el destino de los siguientes milenios—: El anonimato
fue la regla número uno. La gente común cree que los políticos, las religiones
o las catástrofes someten al mundo. Todo eso es una pantalla. Real, sí, pero no
más que una pantalla. Ya aparecieron otros insensatos como usted, todos
terminaron del mismo modo.
—Parece que usted ha visto muchos episodios
de los Archivos X. —replicó el gordo dirigiéndose hacía la puerta.
En ese momento entró un hombre con un
extraño atuendo, parecía un buzo sin la escafandra. Sacó una pistola y apuntó
al gordo. Yo nunca había visto un arma igual, no se parecía en nada a la nueve
milímetros que tenía escondida. Debía ser un enviado de mis colegas. Antes de
que pudiera hablar, fulminó de dos disparos a Helvio.
Iba a felicitarlo cuando apuntó el arma
hacia mi pecho. Noté lágrimas brillando en sus ojos mientras oprimía el
gatillo.
Helvio Puertas
Me detuve para pedir un par de
hamburguesas mientras aguardaba el arribo del tren. Sabía que era comida
chatarra y sonreí. Quizá en algunos años se transformarían en exquisiteces para
excéntricos.
Estaba haciendo calor, otra cosa que
desaparecería y nadie iba a extrañar; el insoportable e impredecible clima.
Saqué un pañuelo descartable para secarme la barbilla. Al terminar mi breve
cena, me percaté de que el tiempo transcurría despacio; algunos teóricos
argumentaban que se debía a un cambio en el eje de la Tierra.
Hice un bollo con la servilleta para
dejarla en un cesto de basura, pero demoré diez minutos en encontrar uno, los vándalos
los destrozaban sin ninguna razón. Miré las baldosas a mí alrededor, todas estaban
cubiertas por papelitos de cigarrillos, golosinas o vaya a saberse qué.
El andén estaba llenándose de gente,
otra impredecible demora en el servicio. Nunca usé relojes, así que busqué el
de la estación, pero estaba tan sucio y deteriorado que dudé en confiar en la
posición de las agujas.
La oficina que había alquilado estaba
a veinte cuadras. Tenía que llegar a tiempo, no podía arriesgarme a perder la
oportunidad de concretar el acuerdo. Si alguien se había arrojado a las vías o
había paro de señaleros, no era relevante, tenía que ser puntual a la cita.
Abandoné la estación y emprendí la
caminata por la avenida. No soy ningún atleta, pero aceleré el paso. A los
pocos metros me empezó a arder la garganta. Sentía todo mi cuerpo mojado de
sudor cuando vislumbré un quiosco. Me detuve a pedir una gaseosa, de dos
litros, por supuesto. Helada. Bebí sin respirar y proseguí.
Tal vez, algún día recordaría con una
sonrisa esta terrible caminata a favor del futuro de la humanidad.
Con cada pasó los pies me dolían.
Traté de distraer mi mente recordando las excavaciones bajo las ruinas
precolombinas. Nunca imaginé encontrarme con aquel poderoso artefacto milagroso.
Ya había oído a los guías murmurar que durante siglos los nativos iban a ese
lugar con ofrendas. Para recibir dones, habían dicho y otras cosas acerca de
curaciones milagrosas y bendiciones.
No eran los rezos, ni las
supersticiones locales los responsables de tales milagros. Se trataba de
cristales en forma de diamante, pero del tamaño de una pelota de fútbol.
Generaban calor, casi imperceptible sin termómetros sensibles. Reaccionaban ante
la presencia humana, a mayor cantidad de personas, mayor calor. De alguna forma
eran empáticos con el entorno, influían en el clima y la ecología.
Un día, distraídos, dejamos uno sobre
nuestro grupo electrógeno para descubrir sobresaltados que el aparato
funcionaba sin combustible. Aposté unos pesos a que la camioneta arrancaría con
el tanque vacío si dejaba un fragmento de cristal en el motor y gané.
No sabía que esperar del señor Collins. No era
alguien reconocido, no salía en las revistas ni en los artículos de los
suplementos de economía, pero sus agentes aparecían en muchas organizaciones.
Desde la Bolsa hasta las entidades ambientalistas, las conferencias del
Vaticano y los centros de investigación suizos. Mi afición al internet tenía la
culpa, soy un hurgón por naturaleza, por la misma razón me topé con los
cristales.
De repente me vi frente a la entrada
del lugar convenido para la reunión. Subí los escalones hasta la puerta del
edificio y entré. El conserje no estaba, como era habitual. No tardé en tomar
el ascensor hasta la oficina. Me arreglé un poco aprovechando el oscuro espejo
en la pared mientras ascendía. Al salir sólo tuve que cruzar la puerta de
servicio que daba al pasillo trasero y abrir la puerta secundaria. Un instante
después estaba frente al hombre al que esperaba asombrar y convencer.
—Señor Collins —dije con mi mano
tendida. Era un viejo muy saludable, su ropa parecía recién planchada, me
presenté.
Me contestó con una mirada apática. No
abrió la mano, así que me encontré tomándole unos dedos fríos, como de muerto.
Iba a ser difícil, pensé. Pero ya había jugado mi carta y comencé recordándole
que le había entregado toda la información respecto al descubrimiento
—No lo creo. —interrumpió el viejo con
su cavernosa voz. Definitivamente su intención era discutir. Nunca me arredro
ante los que se creen mejores que el resto de los mortales, tendría que oírme.
—Es la verdad —dije fingiendo no darme
cuenta de su actitud y describí las virtudes de los cristales. Entonces se
encendió de ira y me gritó que terminase, que no creía en la magia.
—¿Todo eso a cambio de nada? —dijo
como si le diera asco la idea.
Lo había aclarado mil veces en los
mails, el viejo me estaba haciendo perder el tiempo a propósito. Le dije que
así era y comenzó a contarme una rara historia sobre europeos, una abadía y
Señores guardianes de la humanidad. Miré la boca del viejo moverse, pero me
negué a escucharlo. No tenía sentido para mí su fábula sobre un complot
mundial. Bostecé de cansancio, el viejo era un dinosaurio testarudo. Cuando
volví a prestarle oídos estaba diciendo—: Ya aparecieron otros insensatos como
usted, todos terminaron del mismo modo.
La última frase sonaba a amenaza. No
soy cobarde, aunque tampoco un héroe, el veterano estaba loco y podía esconder
un arma.
—Parece que usted ha visto muchos episodios
de los Archivos X. —dije a manera de despedida dispuesto a abandonar la oficina.
Entonces apareció en la puerta un hombre
con traje de buzo. Sacó una pistola y pude ver el cañón entre mis ojos. No
entendía que diablos estaba haciendo cuando oprimió el gatillo.
El
hombre con traje de buzo
Contemplé mi cuerpo desnudo ante la
superficie pulida de la cápsula del tiempo. Lo que veía era el resultado de la
abnegación de una enorme cantidad de personas, un ejemplar humano capaz de
sobrevivir ante lo inusitado.
Un Súper hombre.
Claro que conocí a muchos otros como
yo, pero ya no existían en esta línea temporal.
Ya jamás oiré las canciones de Adel o
la dulce voz de Crista susurrándome poemas de amor.
Sólo sobreviví yo y no por alguna
habilidad distinta o un aprendizaje especial, no. Estaba vivo por casualidad.
Al ser seleccionado para los viajes de
prueba a través del tiempo, la línea temporal de retorno se desvió, mi propia biósfera
de tiempo entró en una singularidad cambiando el presente. En los registros, el
último periplo fue un salto cinco milenios hacia al pasado, pero al retornar no
retomé la misma línea temporal hacia mi presente. Un deslizamiento a uno de los
infinitos rumbos potenciales en la vida de cada individuo. Una variación debida
a un error microscópico, un desliz sutil, imperceptible para las proporciones
de los sentidos. Eso creo, aunque las
computadoras tienen muchas teorías.
Cuando salí de la capsula, todo parecía
normal en casa, con una horrenda excepción. Todos mis congéneres habían
desaparecido. Por fortuna, el registro total de los eventos acaecidos durante
mi ausencia, se conservaba en las memorias de nuestro complejo subterráneo, la
gran ciudad, donde gozamos de todos los placeres conocidos.
Para cerciorarme de la ausencia total
de mis amigos, realicé viajes de inspección a la superficie, pero sólo hallé
bandas ambulantes de humanos en estado salvaje. Sin cultura social, compitiendo
con animales por alimento. Quise adiestrarlos, pero sólo conseguí
desilusionarme, son torpes y taimados. Su resistencia al aprendizaje es muy
fuerte.
Algo destrozó mi presente, algo que
pasó desapercibido. Un evento que desencadenó esta catástrofe y sucedió después
de mi última partida.
Conocíamos el secreto de la
inmortalidad hacía muchos siglos, pero sólo podía administrarse el tratamiento
en niños, el metabolismo de los adultos tiene muy marcada su línea temporal
para poder modificarla. Nuestros mentores, los ancianos señores, en su
sabiduría aceptaron este hecho con alegría. Siempre fui amado, todos mis
parientes me brindaron su amor e instrucción. Al finalizar mi larga
adolescencia, me inscribí en el programa del viaje en el tiempo; fui al pasado muchas
veces. Tal vez eludiendo por pura suerte, esta línea temporal en cada viaje,
salvando mi mundo sin saberlo. Pero no podía durar, mientras existiera el hecho,
la causa, que nos desvió hasta esta realidad.
Irónico, volvía de un examen a las
comunidades prehistóricas africanas para descubrir que mi mundo se había
convertido en algo más salvaje a esa época de hombres simios.
Dejé que las computadoras buscaran “el
hecho” y pronto conocí los detalles.
En los años iniciales, cuando todos
mis amigos eran niños. Uno de nuestros antiguos Señores había localizado a un
perturbador entre los obreros esclavos de la antigua sociedad humana, la que
nosotros denominamos obsoleta. Ante la amenaza, aquel Señor, decidió deshacerse
del elemento discordante él mismo, pero falló y fue descubierto por las fuerzas
policiales de esa época oscura. Durante las indagaciones, quedó al descubierto el anonimato de los Señores.
La opinión pública los condenó. Para peor, salieron a la luz documentos del
perturbador que develaron el secreto de nuestra fuente de recursos ilimitada. Todos
los integrantes fueron juzgados y encarcelados, los Señores no pudieron
continuar el plan y mi mundo nunca se originó.
Estaba claro lo que debía hacer.
Programé el viaje hacia el pasado para
cambiar aquel destino.
Me materialicé en el punto temporal
exacto de la disrupción, un pasillo de un antiguo edificio, frente a una
oficina, donde se hallaba mi objetivo. Detrás de la puerta pude oír las voces
de ambos. No pude resistirlo, acerqué mi oído para escucharlos.
Uno explicaba como acabar con el
hambre en el planeta, mientras el otro, un anciano a juzgar por el sonido de la
voz, replicaba sobre lo inútil de la idea.
Esta última voz era despectiva y desagradable.
El primero describió cristales que
sanaban, yo los conocía, eran nuestra principal fuente de energía. La emoción
que ponía en sus palabras me alcanzaba. Era un hombre que pensaba en los demás,
quería el bien de sus semejantes.
—¿Todo a cambio de nada? —gruñó el
viejo.
—La humanidad podrá entregarse a los
placeres del conocimiento y la distensión. —lo oí y asentí para mí mismo, así
era mi mundo.
Entonces el viejo se reveló como uno
de los Señores, uno de mis antepasados. Era muy posible que lo conociese, de
niño me presentaron a casi todos, varias vidas atrás de estos hombrecitos
mortales. Entendí que mi objetivo era él que me caía en gracia, mientras que mi
pariente era desagradable. Las voces se acaloraron del otro lado, gritaban.
—¿Privaron a la humanidad de su uso?
¿Con qué maldito derecho, hijo de puta? —estalló mi objetivo, pero no podía
dejar de sentir simpatía por él. Yo reaccionaría del mismo modo en su lugar, en
cambio el viejo me provocaba tristeza.
El Señor antiguo replicó, el desprecio
se percibía en cada sílaba. Comenzó a contarle la historia de nuestros
antepasados, los que idearon el plan y concluyó:— …debe prevalecer la especie.
Mientras se conserve un espécimen, el más apto desde luego; la humanidad tendrá
un futuro.
Ya no quería oír más. Saqué mi
desintegrador. Entraría y cumpliría mi tarea, lo que había venido a hacer.
—Ya aparecieron otros insensatos como
usted —continuó burlón, el anciano—, todos terminaron del mismo modo.
La que oía era la voz de un asesino,
un ser disponiéndose a matar. No estaba seguro de ser capaz de obrar igual, el
arma temblaba en mi puño, mi comportamiento no era diferente al del
despreciable viejo.
—Parece que usted ha visto muchos
episodios de los Archivos X. —dijo el hombre destinado a morir de una u otra
forma. Abrí la puerta y los vi. Ignoré mis sentimientos para disparar y lo hice
dos veces, terminando con la vida de mi objetivo. No pude hacer lo mismo cuando
mis ojos se posaron en el Señor.
Un nudo se formó en mi garganta mientras
las lágrimas me llenaban los ojos, él también pareció reconocerme. Lo odié en
ese instante y odié al maldito programa que me había convertido en asesino. Tal
vez estaba en los genes porqué no sólo tengo el mismo nombre, Collins; llevo la
misma sangre. Había contemplado su retrato muchas veces, en mi presente condenado; era mi abuelo.
Disparé y comencé a desaparecer.
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