El siguiente cuento lo escribí después de tener como
referencia a otra ficción. Era una convocatoria para crear un relato tomando
elementos de otro cuento. Ocurrió que apenas comencé a leer la historia elegida
para mí, me ganó el aburrimiento y no pude seguir. Lo único que tenía era un
tema sobre una búsqueda, un viajero y algo sobre ADN. Con eso me puse a
trabajar en “ADN encubierto” que fue publicado en Alfa Eridiani como “La
búsqueda” a falta de un título mejor pensado.
ADN
encubierto
M.C.Carper
Era el quinto
intento. La unidad de sondeo temporal recorrió los pasillos y oficinas del
edificio buscando y nada. Marcia resopló en su asiento con frustración.
Revisaba el informe preliminar realizado por
robots dos semanas atrás. Estiró las piernas apoyando los talones en la
consola, dejando que la melena oscura y rizada colgase hacia el piso.
Las máquinas no saben pensar, se dijo.
Desde la
cronocápsula podía espiar la entrada a las oficinas con tranquilidad. Nadie
podía verla, suspendida a cien metros del suelo pues disponía de un sistema de
ocultamiento, al igual que la unidad de sondeo era invisible para los
tempo-locales. Ella vivía en una época diferente a la que se hallaba, venía del
futuro. Su búsqueda la había traído a un
momento de la historia cuando el planeta estaba super poblado y la gente se
hacinaba en metrópolis polucionadas. Una de las épocas que otros cazadores del
tiempo evitaban transitar.
Según los datos que poseía, en ese edificio
había ADN humano valioso. Los códigos de ética y moral que llevaron a la
civilización a superar el riesgo de extinción, no eran frecuentes en el lugar
de donde venía, por eso el programa de colonización de la galaxia carecía de
capitanes con las cualidades necesarias. Era culpa de la manipulación genética.
Con ella se habían eliminado todos los vestigios de agresividad y egotismo.
Pero esas características dominadas por una conciencia de valores justos eran
necesarias en la exploración de nuevos mundos, tampoco había sobrevivido un
banco de genes de ese tipo. La única solución era encontrarlos en el pasado,
entre millones de seres de genética salvaje. No obstante, algo estaba funcionando
mal. Las recorridas anteriores de la sonda habían analizado a cada uno de los
humanos que frecuentaban la construcción, a la empresa administrativa que era
el objetivo. Todos habían sido sondeados, tanto los que trabajaban dentro como los
ocasionales visitantes.
Y no eran pocos;
entre directores, gerentes, secretarias y cadetes, incluyendo a los empleados
de limpieza y vigilancia había doscientas treinta y siete personas.
El trabajo de
Marcia consistía en aprobar la selección efectuada por los del Departamento de
Búsqueda. Muchas veces había cancelado a los postulantes, la primera impresión
puede ser engañosa y los robots del departamento de sondeos no tienen intuición
para percibir la falsedad. Ella hubiese preferido que las búsquedas de cronovidas
las realizasen personas, algo que no estaba disponible en su época pues los
humanos eran escasos y la costumbre de reproducirse se había abandonado hacía
un par de siglos. En contraposición, los robots se hacían más listos, pero aún
les faltaban muchas instrucciones en los cerebros para entender que tipo de
cualidades personales se buscan en un individuo.
El programa
espiaba a un grupo de gente para reconocer una serie de actitudes y clasificar cronovidas de ADN potencial. Pero el informe
que Marcia tenía estaba incompleto debido a un desafortunado accidente.
Ninguno de los
robots buscadores de ese edificio había regresado funcionando y el reporte de
los datos de la persona encontrada no estaba en ningún lado, sólo se tenía la
certeza de que ahí estaba el ADN adecuado para crear clones de capitanes,
adelantados para la exploración espacial. Los datos se habían perdido, todo por
culpa de una fisura en la cápsula de traslado temporal. Pese a la dificultad,
Marcia había aceptado ocuparse del trabajo, parecía sencillo encontrar al
individuo entre los modelos comunes de esa época en particular, donde la
mayoría se destacaba por el egoísmo, la ruindad y la envidia.
El espacio en la
cronoagenda continuaría vacío si no tomaba las riendas del asunto. Tamborilló
los dedos sobre la pantalla de cristal líquido y llamó a su robot asistente, al
cual era reticente a convocar. No confiaba en los seres artificiales, siempre
pedantes con sus conocimientos, los mismos que no tendrían si sus constructores
humanos no los hubiesen puesto ahí. Después de apretar un botón, el colaborador
androide salió de un sutil armario en la pared. El robot no había abandonado su
cubículo en cinco meses y en la última ocasión había sido para la revisión
obligatoria de mantenimiento.
—Buenos días,
Marcia. ¿En que puedo ayudarle? —saludó respetuosamente el robot que ella había
bautizado Mulo.
—Necesito de tu
razonamiento robótico para entender por qué la unidad de sondeo no encuentra al
sujeto que tus primos artificiales localizaron. —informó Marcia frunciendo su
generosa boca.
—¿Me permite el
informe? —dijo Mulo sin ninguna muestra de emoción. Ella se lo pasó.
El cerebro lógico
descartó enseguida enfermedad o muerte. Todas y cada una de las personas que
transitaban el edificio eran las mismas de las registradas en el reporte. Los
robots buscadores permanecieron quince días hasta dar con el perfil buscado: Un
humano que hiciera sus elecciones en favor de la amistad, que afrontase los
inconvenientes con honor o que defendiese a las victimas de injusticias aún a
riesgo de ser calificado en forma negativa por sus semejantes.
Transcurrió un
minuto, un espacio de tiempo muy incómodo cuando se trata de un robot pensando.
—¿Qué pasa, Mulo?
¿Estás tan perplejo como yo? —dijo Marcia frunciendo el ceño, le molestaba el
silencio y la postura meditativa de la máquina, no podía entender porque los
ingenieros se esmeraban en hacerlos imitar los gestos humanos.
—Sin duda nuestro
objetivo se encuentra en ese edificio y la sonda no falla —argumentó Mulo y
ella estuvo tentada de aplaudir, pero se mordió el labio, el robot no tenía
sentido del humor así que decía la verdad—. Podríamos investigarlos a todos
para encontrarlo por descarte. —propuso el androide.
—Son casi
trescientos —arguyó la mujer—, pero supongo que es la única opción —estaba
segura que ese sería el procedimiento escogido por el autómata—. Usaré un
dispositivo de ocultamiento y tú vendrás conmigo, Mulo. —Por nada del mundo
haría sola la tortuosa tarea de fisgonear a los caóticos seres humanos de esa
época, ni siquiera estando invisible.
El edificio tenía
seis pisos y casi cincuenta oficinas. Aunque le costó reconocerlo, la
asistencia de Mulo fue muy valiosa. En las primeras horas ella se ocupó de
fastidiarlo, desacreditando sin molestarse en analizar, las teorías del
androide. Sin embargo, su asistente no reaccionaba, continuando con sus
respuestas educadas y prestando atención a cada demanda de su compañera, aún
cuando se tratarán de burlas y menosprecios.
Juntos descubrían la mala voluntad que existía entre los empleados del
edificio mientras caminaban entre ellos, imperceptibles para sus ojos y oídos. El
aplomo del robot la llenó de asombro, no
se exasperaba ante las críticas y los comentarios venenosos que emitían las
personas entre ellas. Las envidias o las extorsiones burocráticas no le crispaban
los nervios. Después de analizar dos pisos, Marcia tenía muy claro porqué
aquella tarea no la realizaban humanos; ningún ser de carne y sangre podía
soportar la falsedad que se respiraba a cada paso, encubierta en una sonrisa o
un beso en la mejilla.
Muchas de las
personas parecían ejemplos de honradez y amabilidad en una primera inspección.
Solícitos y desenvueltos, no obstante, en un examen más profundo se descubría
una máscara que sólo pretendía engañar al desprevenido. Muchas secretarias y
cadetes se deshacían en servilismo para insultar con odio a aquellos que ayudaban
en sus momentos privados. Por otra parte, a los empleados jerárquicos no les
importaba en absoluto algo que no fuera su propia estabilidad, a cualquier
costo. Solicitaban despidos de sus subordinados por errores propios, la
sucesión de bajezas por un puesto o la aprobación de un superior eran
interminables.
Una a una, Marcia
y Mulo fueron descartando a las personas. Siempre con el robot sopesando todas
las variantes, su escrutinio meticuloso daba la tranquilidad a Marcia de no dejar
pasar nada por alto, ni cometer errores. Algunas personas eran más fáciles de
eliminar de la lista que otras. Ella descubrió que no podía ser imparcial en muchos casos, había
gente que le caía bien, a pesar de ciertas actitudes. Hasta podía entender la
frialdad insensible de secretarias, vigiladores y gerentes, la fórmula para
sobrevivir en esa empresa era muy contagiosa; era necesario un cerebro
selectivo como el de Mulo para hallar al portador del ADN.
Cuando, al fin,
terminaron de evaluar al personal completo se encontraron con que no tenían al
candidato identificado. Las personas afables escondían personalidades hábiles
para el timo y la traición. Otras personas, calladas y sumisas, anidaban en sus
corazones vergüenzas y envidias enormes, muchas viejitas dulces y jovencitos
sonrientes ocultaban oscuros resentimientos.
De regreso en la
cronocápsula, repasaron sus apuntes una y otra vez.
—¿Qué pasamos por
alto, Mulo? —Dijo ella— Estas personas son de lo peor.
—Quizá nuestra
premisa de búsqueda esté errada. —acotó el robot, siempre con su tono correcto.
—¿Qué quieres
decir?
—El ADN que
buscamos puede estar encubierto. Nos concentramos en un estereotipo de nuestro
candidato —comenzó Mulo con tono catedrático—, sin tomar en cuenta el medio
donde debe desenvolverse. Una persona con las actitudes que buscamos no
sobreviviría en esa empresa; es atinado pensar que alguien que dijese la verdad
estaría obligado a convertirse en antagonista del resto. Pronto sería tildado
de perturbador, considerado una persona antipática para la mayoría. No dudo que
se unirían para acusarlo con calumnias y así conseguir su despido.
—Estimado Mulo
—dijo Marcia amonestando con suavidad al robot y sorprendiéndose de dirigirse a
él amablemente—, no ha habido despidos este último mes; y tú lo sabes.
—No me refiero a
eso. Nuestro objetivo también ha de ser una persona inteligente. La adaptación
a los cambios imprevistos es un rasgo vital para la supervivencia. Los robots
de búsqueda estuvieron más tiempo que nosotros, además de tener mejor
experiencia en ese campo —Mulo calló medio minuto—. Debemos observar a una
persona reservada que sabe solucionar problemas sin ser identificado. Alguien
que se mueve en el anonimato, que no habla de sí mismo y tal vez sea hosco con
ciertas personas.
Marcia entendió el
razonamiento de Mulo, casi no podía creer que aquella máquina fuese tan útil,
hasta tuvo deseos de abrazarlo. En aquella recorrida había descubierto que era
un compañero leal, además de práctico y nunca le levantaba la voz o ignoraba
sus preguntas.
Ingresaron otra
vez al edificio, con nuevos conocimientos para la búsqueda.
Volvieron a la faena y ya casi terminaba el
día cuando encontraron al portador del ADN. Por supuesto, estaba cubriendo, sin
reportarlo, el horario de un compañero, alguien que sabían no era su amigo.
Aquella persona no era mencionada en las conversaciones cotidianas, tenía
varios enemigos, pero también era querido por muchos, aunque no participaba en
salidas o fiestas de la empresa. Sus acciones nunca quedaban registradas y para
la mayoría de sus compañeros era una persona parca y poco social, pero de
temperamento enérgico con aquellos que menospreciaban su puesto o autoridad.
¡Ahí estaba el
candidato con el ADN que buscaban! Marcia estableció las coordenadas para
regresar con los datos en la cronoagenda. En la base tendrían todo fácil con
esa información. La mujer se ubicó ante los mandos de la cronocápsula, pero esta
vez, Mulo no fue recluido al armario. Ocupó el asiento de copiloto, con el
rango de Asistente Oficial.
—Veamos el próximo
informe, amigo. —dijo Marcia con una sonrisa.
© M. C. Carper
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