Uno
de los personajes más interesantes de la Historieta Argentina es sin duda “El
Eternauta”. Hacía tiempo que rondaba en mi mente una manera de reunir varios
conceptos con la idea de un número infinito que se repite. Necesitaba un
protagonista que tuviese tanta experiencia que la vida entera de una persona
común fuese solo una partícula de sabiduría para él. Podía haber sido
Gilgamesh, el inmortal de Olivera y Grassi, pero la primera y terminante opción
fue el personaje de Hector G. Oesterheld. Empecé a escribir con el mayor
respeto a la obra original. Mi principal preocupación estaba dirigida a no
desvirtuar al personaje, a mantener la esencia de su autor. Hubiese sido muy
fácil hacer una versión libre, cosa que detesto en tantas remakes, versiones y
remasterizaciones de otras historias. Entonces volví a leer El Eternauta. Esta
vez no dejándome llevar por la historia sino explorando la narración desde el
punto de vista del guionista y ¡BUM! El Eternauta Segunda Parte contenía un
montón de conceptos fatalistas y oscuros sobre la lucha y el sacrificio que no
había notado antes. Además de coincidir con pensamientos muy actuales, podría
decirse eternos. Continum Pi fue publicado en Axxón gracias a los redactores y
en especial a Silvia Angiola. Bueno los dejo con el cuento.
Continum Pi
M.C. Carper
Juan
Salvo apareció entre un segundo y otro en un lugar donde cualquier medida de
tiempo era un disparate. Cuando su mente consiguió adaptarse, entendió que
estaba de bruces en un terreno familiar, la tierra violácea perdiéndose en un
hipotético horizonte no le dejó dudas
“Un
Continum espacio temporal”
Se
incorporó sobre las rodillas, entonces descubrió que llevaba la cabeza cubierta
y la escafandra puesta, distinguió las manos enguantadas a través del visor. El
olor de la tela engomada fue un consuelo, un resabio de aquella vida donde los
colores eran más nítidos y la certeza de un futuro próspero era tan real…
Se
trataba del mismo traje que había usado durante la invasión a la Tierra de mil
novecientos sesenta y tres. Confeccionado por él mismo para moverse bajo la
nevada mortal que aniquiló Buenos Aires.
Ahora,
todo eso no significaba nada.
Aparecer
con aquel traje puesto era algo que ocurría cuando alguien se desplaza por la
Eternidad. A veces las realidades se confunden, la historia y el futuro son
juguetes al capricho de las resonancias inimaginables de un Cronomaster en
funcionamiento.
¡Maldita
mierda de máquina, el Cronomaster!
Una
alteración del cosmos, una aberración del universo, el producto de lo que
suelen llamar inteligencia.
Juan
Salvo estaba atrapado. Era, mejor dicho es, el Eternauta. El errabundo obligado
a recorrer la Eternidad en medio de los ecos producidos por un Cronomaster. Sus
ojos habían sido testigos de la ascensión y la caída de civilizaciones, del
florecimiento y extinción de faunas y floras que desafiaban la imaginación. La
vida se habría paso en los sitios más imprevistos, peleando para sobrevivir,
adaptándose al calor, al frío o lo que sea y no siempre se hacía inteligente.
Claro que después de caer en una decena de realidades para descubrir lo mismo,
nada de eso tenía relevancia.
Se
irguió y empezó a andar, las piernas respondieron a la perfección, sin ninguna
sensación de cansancio, apenas un hormigueo en los pies. El cuerpo nunca
recordaba dolor o agotamiento después de la transición. Se sentía como nuevo
entre eternidad y eternidad. Bueno, con la desagradable excepción de su mente
que podía recordar cada pena, humillación y muerte que había presenciado.
La
muerte, esa curiosa válvula de equilibrio de la naturaleza. La razón de querer
ser alguien mientras el tiempo se escabulle y alzándose como una roca negruzca,
manchada y repugnante, la omnipresente Injusticia.
Suspiró,
alejando ese tipo de pensamientos de su cabeza, para matar el hastío, arrastró
los pies concentrado en el dibujo que se formaba en el suelo polvoriento.
Continuó así por un rato, mirando sin ver las carcomidas formas de las piedras,
un paisaje sin colores ni movimiento, muerto, pero que a la vez transmitía
armonía. Respiraba paz.
Sonrió
ante el pensamiento.
¿Respirar?
¡Cómo si el Eternauta necesitase oxigeno para vivir!
Vivir
no, se corrigió, existir y con un brusco movimiento se quitó la escafandra con
la máscara de goma para arrojarla lejos.
“Existir…”,
repitió en pensamientos.
—Existes,
amigo, eso es seguro. —dijo alguien en medio de aquella nada y no le
sorprendió. Allí, a un costado, confundiéndose entre las rocas, estaba sentado
un viejo. Era un “Mano”. Uno de aquellos sirvientes que los “Ellos” habían
esclavizado por medio de una glándula de miedo. El miedo los hacía callar, los
obligaba a cometer perversiones por completo opuestas a su filosofía. Pero si
estaba en un Continum significaba que había logrado escapar de la siniestra
esclavitud de los “Ellos”.
Juan
contempló el rostro apergaminado, las protuberancias en las articulaciones.
Solía encontrar este tipo de seres en los Continum. Buscó su mirada, pero los
ojos eran invisibles en la sombra de las cuencas huesudas, cubiertas de arrugas
imposibles de contar, como si apareciesen nuevas en cada vistazo.
—Hola,
viejo —dijo el Eternauta—. Así que podés leer mis pensamientos.
—Leer
no, escuchar —aclaró el anciano—. Este Continum tiene sus propias reglas.
Juan
estuvo tentado de preguntar si estaba anclado ahí o en transito, pero se
contuvo, sólo un iluso podía afirmar algo en la Eternidad y aquel viejo no
tenía un pelo de tonto.
—Haces
bien en pensar así, Juan Salvo, el Eternauta —sonrió el “Mano”—. La única
certeza es el Espíritu Cósmico.
—¡Oh!
—Fingió asombro Juan—. Ya oí eso antes —no estaba con ánimos de escuchar un
discurso cursi, prefería información practica sobre aquel lugar—. ¿Dónde
estamos, viejo?
—Este
es el Continum Tres, catorce dieciséis…
—¿Pi?
—de pronto aquello despertó su curiosidad. Con todo lo pasado seguía habiendo
sorpresas—. ¿Por qué ese nombre?
—Pi
—repitió el “Mano” alzando los hombros—, una sucesión fractal infinita de todo.
El número clave de la creación.
El
Eternauta se tomó el mentón analizando esas palabras. La frase se prestaba a
diferentes interpretaciones, pero a la vez estaba llena de sentido. Cualquier
cosa que recordaba podía ser una sucesión infinita de todo, como si los sucesos
de una vida fueran desembocando en el mismo final en un embudo insaciable. Ante
sus ojos desfilaron la ansiedad y la desesperación de tantas batallas. Cruentas
campañas donde había participado sin ninguna posibilidad de elección más que
defenderse de la esclavitud o la aniquilación.
Explosiones,
toscos vehículos con orugas, gigantescos gurbos, repulsivos cascarudos convertidos
en asesinos. Rayos mortales, zarpos salvajes y los “Ellos”.
El
recuerdo dolía, en todos predominaba la muerte. Jóvenes sacrificándose.
Soñadores que creían en la posibilidad de un cambio. Niños que habían oído sus
palabras con ilusión en los ojos, llenos de euforia imaginando un mundo sin
tiranía.
Todos
muertos y desaparecidos de la memoria.
No
podía olvidar la mirada de Germán, aquel insólito compañero que se vio
arrastrado a seguirlo. Los ojos recriminándole por aquellas vidas truncadas. Al
principio no compartió sus ideas. Luego se embarcó en su propio desafío, contra
“Ellos” más sádicos y perversos. Esos usaban “Manos” y zarpos que tenían la
apariencia de hermanos y vecinos. En esa aventura personal, Germán repitió la misma historia con idéntico
desenlace. Todos muertos.
“Pi”.
—Tus
razonamientos están enturbiados por el dolor. —opinó el viejo.
—¿Hay
otra manera de oponerse a los “Ellos”? —prorrumpió el Eternauta, exasperado por
el comentario del “Mano”.
—Vos
lo dijiste —replicó el anciano, esta vez pudo adivinarse un brillo en aquellos
ojos en sombras—. Oponerse viene de “opuesto”. Hablas de los “Ellos”, lo que
implica un “nosotros”. Ese tipo de definiciones siempre conducen a la
violencia, la guerra y por ende a la muerte.
—La
primera vez que oí sobre los “Ellos” fue de labios de uno de tu especie. —dijo
Juan para defender sus palabras.
—¿Especie?
¿Raza? —Indagó con seriedad el viejo—. ¿Me considerás diferente en algo?
Esta
vez el Eternauta guardó silencio. Si algo había aprendido en el eterno vagabundear
era a respetar la sabiduría de los viejos, no hubo palabras durante un rato.
Como
un torrente se agolparon en su mente recuerdos aleatorios, experiencias
vividas entre los Continum. Se esforzó
para colocarse como un observador ajeno a todos esas visiones, fuera de las
corrientes impetuosas que dominaban a todos los mundos. Contempló ese futuro
donde ni la nevada mortal, ni la guerra nuclear habían sucedido. La vida había
continuado sin intervenciones extraterrestres, pero ahí estaban presentes los
“nosotros” y los “ellos”. En el pensamiento diario, en cada acción y
conversación. En los discursos políticos, en la publicidad, en la moda, en lo
cotidiano.
Negros
y blancos, feos y lindos. Machistas y feministas, creyentes y ateos,
homosexuales y heterosexuales… Ricos y pobres.
Nosotros
y ellos. Y al mismo tiempo, bajo un manto de hipocresía, unos y otros
proclamando su repudio a las diferencias, mostrando una abierta preferencia por
los exitosos, los mediáticos, los ojos claros o los cuerpos delgados. Políticos
y Obispos reclamando compromiso ante la pobreza al tiempo que visten, comen y
viven en la más obscena riqueza.
Gobernantes
parecidos a artistas que representan en imagen a minorías de género o raza para
rematar el engaño. Los nosotros y los ellos armados de la sutileza, miméticos y
carismáticos. En la guerra había
conocido a los hombres robot, aquellos desdichados prisioneros controlados por
un teledirector clavado en la nuca, esto era igual, pero sin el teledirector.
Mentiras
repetidas como ecos, confundiéndose con otras mentiras pronunciadas en voz
alta. Gritadas una y otra vez, como agujas al rojo clavándose en su cerebro.
Una y otra vez, y otra vez. Sucediéndose…
“Pi”.
Juan
cerró los ojos en un vano intento de hacer desaparecer esas peroratas de
falsedad. Las palabras retumbaban remarcando en cada sílaba la idea de los
“Ellos” y los “nosotros”.
—¿Es
un círculo? —musitó al fin con los ojos brillosos—. ¿Siempre va a ser así?
—¿Sabés
que no podés frenar el viento con una sola mano? —Sonrió el viejo—. Tampoco
juntar el océano con una cuchara, es como querer contar las estrellas.
—¿Me
decís que renuncie a defender la justicia?
—¡Ya
dejá de pensar en absolutos! —Pidió el viejo y en ese momento se distinguió sin
dudas el brillo de los ojos—. Sentate y calmate.
El
Eternauta buscó una roca de la altura apropiada y se sentó. Los hombros se le
curvaron como liberados de un gran peso y de pronto se sintió humano, una
persona sencilla con una casa en Beccar. Mirando a su hijita, Martita hurgando
en la caja de herramientas. Preguntando el nombre de cada una. Desde la cocina
le llegaban los rezongos de su amada Elena que renegaba con las hormigas.
—No
sos diferente, amigo —murmuró el viejo ser—, nadie lo es.
—Pero…
¿Quiénes eran los “Ellos”? —dijo el Eternauta, el viejo se limitó a mirarlo,
apenas sonriendo, arrugando aún más el rostro si eso era posible. Ya le había
indicado la puerta, ahora le correspondía a él cruzarla. Juan meditó un
momento—. Los “Ellos” antes eran nosotros —musitó—. ¡Nosotros somos los ellos!
—descubrió.
—¡Así
es! —Festejó el viejo—. Siempre fue así. Pueden morir miles o sacrificarse
millones y nada habrá cambiado si continuamos pensando en “ellos y nosotros”.
Todo es uno, el Espíritu cósmico nos es común. No discrimina. La única manera
de contrarrestar a los ellos, es sacando al ello que llevamos dentro. Una
batalla difícil y solitaria que debemos librar cada día.
—¿Pi?
—dijo Juan seguro de la respuesta.
—Sí,
alguien que se ganó el nombre de Eternauta debería comprenderlo bien,
—¿Sabés,
viejo? —Dijo el viajero poniéndose de pie—. Cuando era sólo Juan Salvo, leía en
los diarios sobre guerras, hambre y pestes. Pensaba entonces que al llegar a
anciano, esos problemas se habrían solucionado. Luego me convertí en el
Eternauta y superé en tiempo varias veces a mi propia vejez, pero el genocidio
y los demás flagelos seguían presentes. Ahora veo que la naturaleza no nos deja
tiempo para aprender de nuestros errores y repetimos una y otra vez todo desde
el comienzo… —Estaba por hacerle una pregunta al Mano cuando el entorno
fluctuó, deformándose, el Cronomaster lo enviaba a otro lado, giró el rostro
hacia el viejo antes de desaparecer. No lo escuchó, pero leyó los labios con
facilidad.
—Pi.
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