jueves, 17 de enero de 2013

Cazador de Nostalgias - Cuento



Se ha escapado de mi memoria que circunstancias me llevaron a escribir el siguiente cuento. Creo que no tenía nada planeado, fue uno de esos días cuando comenzamos con el papel en blanco y se dispara una frase con un personaje ocultándose detrás de una columna. Luego se introdujeron desde el subconsciente mis queridas historietas y sin mencionarlo un cameo de mi personaje “Sálvat”. Nunca esperé nada de este pequeño relato, pero recuerdo que cuando mi editor amigo, José Joaquín Ramos le dio luz verde para aparecer en un número de Alfa Eridiani, hubo muy elogiosos comentarios.


Cazador de Nostalgias
M. C. Carper



Se ocultó detrás de la mohosa columna. Arriba, un tren oxidado obstruía el paso de la caravana de agua que protegía un pelotón de mercenarios. No les hizo el menor caso. Toda su atención estaba dirigida hacia el anciano. Era su objetivo. Decían que tenía más de cien años.

¡Quién sabe como habrá eludido los programas de Eutanasia Senil! , pensó.

Eso tampoco le importaba mucho. El pobre viejo era un bocazas. Estaba senil y había cometido el error de hablar poniendo en peligro su vida. Llevaba siguiéndolo desde la mañana. Ignorando la perturbadora llovizna, cruzando montañas de desperdicios para no perderle el rastro. Ya estaba muy oscuro cuando entraron al Barrio Desalojado. Uno de esos villorrios donde se refugiaban los desamparados. El no tener conocidos ahí hacía aquel trabajo muy peligroso. Avanzó en silencio por la calle derruida imaginando ojos llenos de odio observando por las ventanas sin vidrios ni luces interiores. No oía rumores de ratas, significaba que había humanos ahí, alimentándose con ellas. Los perros y los gatos habían desaparecido un siglo atrás, cuando aquel lugar bullía de vida. Cuando, se decía, había combustible y comida; y el amor o la amistad eran ilusiones creíbles.
Ahora todo era diferente.
Se trataba de sobrevivir y pocos empleos dejaban la remuneración que obtendría. Su labor era odiosa, fea, de lo peor. Sin embargo la prefería a ser un Hurgón, uno de esos tipos provistos de cámaras de video interactivo del Canal Cincuenta y seis, o un Vigilante Nocturno. O un político.
Era un Cazador de Nostalgias.
Quizá el más persistente de todos. La mayor parte del tiempo lo dedicaba a bajar de la Red, archivos de cualquier clase. Era información que los satélites devolvían a su origen porque los aparatos en orbita se habían transformado, sin pretenderlo, en el almacén virtual del Planeta Arena. Mucho podía conseguirse de la memoria en bytes que rebotaba desde el espacio.
Se acomodó las alas del sombrero para ocultar sus facciones. Unos movimientos entre la basura lo pusieron nervioso. Palpó con aprehensión la culata de su pistola de dardos. No eran muy protectoras. No contenían ninguna sustancia, solo una punta afilada. Avanzó con un sonoro chapoteo sintiendo seres atentos desde los huecos oscuros. Ya había jugado su carta. Sabía que no eran horas para que un desconocido deambulara en la zona. Cubrió aun más su rostro pegando el mentón contra el pecho, los ojos en la punta de sus zapatos. Maldijo el poste luminoso que lo enfocó como un reflector. Continuó de todos modos sintiendo una amenaza suspendida a sus espaldas. Duró casi un minuto, hasta torcer en la esquina.
Allí encontró la Calle Séptima.
No había luces. Tan solo los subrepticios relámpagos lejanos sobre los edificios. La acera estaba atestada de escombros y hierros oxidados. En ambos lados se elevaban gruesas edificaciones con umbrías oquedades. Miró el reloj.

Once y cuarenta

Lo recorrió un escalofrío de sólo pensar en que podía verse obligado a buscarse un agujero para pernoctar. Por puro instinto, atravesó la acera en un ligero trote, hasta las sombras de unas viejas columnas. Eludió el montón de basura. Todo tipo de alimañas podía ocultarse ahí. A veces alimañas humanas.
Ingresó en una espesa negrura. No traía linterna pero de tenerla no la habría encendido. Dejó que sus ojos se acostumbraran mientras usaba la pared como guía. El rumor de la lluvia fue apagándose para ser reemplazado por el tenue silbido del viento. Desde lejos, llegaba el repiquetear de algunas goteras. Descubrió la malla corrediza de un ascensor tirada en el piso, pero la ignoró. A pesar de ser antigua no pagarían mucho por ella. Era algo muy fácil de fabricar e imitar.
Lo que buscaba un Cazador de Nostalgias era algo totalmente diferente. Objetos imposibles de imitar. Algo original como un libro, un Cd de época o una historieta. En la Red había mucho material, un buen buscador podía hacerse enormes colecciones, pero todo era digital. No importaba la extensión del archivo. Podía decodificarse todo. Años atrás había ocurrido una verdadera guerra por obtener preciados Codecs, plugins y cracks. No obstante, duró poco. Los Neonerds se dedicaron a pasar semanas frente a monitores contemplando el progreso de las descargas. Poniendo todo su ingenio para descifrar los acertijos informáticos.
La mayoría de la gente se conformaba pagando por programas, videos, audio, imágenes y todo tipo de archivos.
Pero había unos pocos, una Logia secreta y celosa, que no se contentaban con eso y deseaban más. Autenticas reliquias que tocar, sentir y leer. Tal era el anhelo de tener que no les importó corromperse al punto de llegar a asesinar por la obtención de uno de esos objetos. Legaban el trabajo sucio a inescrupulosos mercenarios que se autollamaban Cazadores de Nostalgias.
 Halló la escalera con facilidad. Las huellas de barro dejadas por el viejo no se habían secado aún. Se preparó. Trataría de ser lo más rápido posible y esperaba que el viejo no le ocasionase problemas. Pero no podía confiar en ello. Buscó por costumbre alguna trampa en el umbral de la puerta. Nada. Movió el picaporte y entró.
El anciano le sonrió sentado frente a una tetera humeante y una canasta con masas. Le hizo señas para que se uniera a su modesta cena.
─¡Pase, joven! Antes de hacer lo que ha venido a hacer permítame invitarlo. ─dijo.
─El tiempo no me sobra, viejo ¿Dónde lo tienes?
─¿Qué cosa?
El Cazador lo tomó del cuello sin miramientos. Notó la fragilidad del anciano. Su cara llena de arrugas y el escaso cabello blanco. Parecía que se quebraría en mil pedazos.
─¡Colabora para que no te mate! ¡Lo más valioso que posees! ¿Dónde?
El pequeño hombre señaló la habitación contigua mientras acariciaba su pescuezo. El Cazador estudió la entrada e ingresó al cuarto. Quedó boquiabierto ante lo que se presentaba a sus ojos. Las paredes estaban cubiertas de repisas. Todas ellas repletas de historietas originales. Leyó los lomos entre balbuceos. Cada ejemplar en una bolsita de polietileno.
─¡Tótem! ¡Blue Jean! ¡Conan dibujada por B. W. Smith! ¡Maldito seas, viejo! ¡Esto vale una fortuna!
─Llévate lo que puedas cargar y déjame en paz.
─¡Claro que lo haré! Pero antes debo separar el encargo por el que me contrataron. Debes ayudarme. Puedo pasar horas tratando de dar con el.
─El miserable que te pagó podía habérmelo pedido, sin embargo prefirió enviarte. Lo que sea que desee no podía caer en peores manos.
─¡Basta ya! ¡Los fascículos a todo color de El Eternauta! ¡Dámelos!
─Oh, no.
─¿Qué ocurre?
─No los tengo.
─Sí, los tienes. Te escuché en la feria mientras hablabas con ese grandulón de pelo largo. Le diste muchos detalles de las portadas. Cuando me enviaron para investigarte creí que fanfarroneabas. Pero al escucharte ya no tuve dudas. Tú los tienes.
─Es que… Ese muchacho me los pidió prestados.
─¿Y se los diste, así nomás?
─Me aseguró que los devolvería apenas terminase de leerlos. Cuando abrías la puerta pensé que eras él.
─¡Viejo demente! ¿Crees que alguien se animaría a venir por aquí a estas horas? Te han engañado como un idiota.
El centuagenario volvió a la mesita, a su té. Tal vez le dejarían disfrutarlo, antes de matarlo. El Cazador se revolvió nervioso. Tomó otra silla y se sirvió un té para él. Estaba tan amargado que ninguna palabra salía de su boca.
─Él vendrá ─aseguró el viejo─. ¿Nunca has leído historietas?
Una mirada furibunda fue la respuesta.
─Sólo para investigar. Nunca tengo tiempo. Trabajo más con los Cds, es más práctico.
─Escucha ─suplicó el viejo─. Antes de matarme, concédeme un par de horas. El joven vendrá y tendrás tu premio.
El Cazador miró su reloj. Pasaba media hora de la medianoche. Decidió esperar. Sin embargo carecía de paciencia para hacerlo. Tamborileó los dedos mientras el anciano se ocupaba leyendo unas historietas. Cuando el tiempo se le hizo insoportable gruñó:
                           ─¿Qué lees?
─Sin City de Miller, el mismo autor de Elektra Renace.
─Hace un año encontré la Saga del Incal y una colección en un idioma extraño de Alvar Mayor. Me pagaron muy bien.
─¿Los leíste?
─Comencé el Incal pero lo entregué antes de terminar.
─Ahí atrás tengo La Casta de los Metabarones completa y Unos volúmenes de Bárbara cuando Barreiro era el guionista.
Un destello de duda brilló en los ojos del Cazador. A regañadientes fue al cuarto contiguo. Transcurrieron unos minutos. Demoró bastante en decidirse hasta retornar a la mesa con varias revistas bajo el brazo. El viejo le sonrió y empujó suavemente el manojo que traía para ver las tapas.
─Yo, Cyborg dibujada por Olivera, guión de Grassi ─leyó en voz alta─. Una sabia elección.
Leyeron juntos sin percibir el tiempo. Cada tanto, el Cazador interrumpía al viejo con preguntas relacionadas con alguna historia o algún autor. Conocía de ediciones y colecciones pero las aventuras lo absorbían. Devoró números completos de Metal Hurlant apoyándose en té caliente y pan tostado para combatir el sueño. Los ideales y el talento de muchas personas residían en aquellas hojas. Habían sido concebidas para disfrutarse y alimentar el espíritu de todos los que las leyesen. Eran en sí mismas una ventana a otros mundos y otros tiempos. Se dejó llevar a través de las viñetas por infinidad de situaciones y lugares. Disfrutó de los orígenes reinventados de La Cosa del Pantano en La Lección de Anatomía y la delirante Broma Asesina de Moore.
La claridad matutina comenzaba a colarse por una ventana desvencijada. No podía creer que las horas hubiesen pasado tan rápido. Descubrió que, de ser otra persona, preferiría permanecer más tiempo así, leyendo historietas y bebiendo té. Los guiones y los dibujos se complementaban en la narración sin poder ser independientes uno del otro. Estaba impresionado por los relatos. De pronto tenía un hambre voraz de llegar hasta el final de esas largas sucesiones de capítulos. No le era difícil sentir simpatía por esos héroes de papel, abnegados y llenos de honor como Nippur, el Metabarón, Alef Tau o Juan Salvo. Escuchó pasos afuera y apartó al grueso volumen del Corto Maltés de su atención.
Creyó que la lectura había afectado sus sentidos porque en el vano de la puerta había un gigante de dos metros de alto. La ropa no disimulaba el abultamiento de su prodigiosa musculatura. Lucia pelo largo y lacio de color paja. Cuando se miraron, aquellos ojos café lo perforaron. No entendía como pero notó comprensión en la mirada del hercúleo recién llegado. Era un personaje de historieta vivo. Como Or-Grund o los X-Men. Se convenció aún más, cuando el recién llegado lo tomó del cuello dejando sus pies balanceándose en el aire.
─¿Ibas a lastimar a mi amigo? ─la pregunta era una sentencia en labios del gigante.
El anciano intervino.
─Está bien, muchacho ─dijo─. Tal vez no sea necesario matarlo.
─Cuando era Nómada, en el Gran Erg, muchos insensatos morían por motivos menos importantes. ─aclaró el gigante sin soltar su presa.
El Cazador se sentía perdido sin remedio. Colgado en el cinturón del Nómada, en un bolso, logró distinguir las revistas que buscaba. Sin quererlo, sintió simpatía por aquel desconocido que había cumplido su palabra. Una virtud que había encontrado en casi todos los personajes de historieta. Con valores más importantes que el dinero y el poder. Una sensación incomprensible le aseguraba que el gigante sabía con certeza lo que estaba pensando. Dejó caer sus brazos en absoluta rendición. El Nómada lo liberó.
Arrojó contra su pecho el bolso con las revistas.
─¿Qué harás? ─le preguntó.
El Cazador tardó un tiempo en responder.
─Apenas lo termine de leer, volveré con las revistas. ─se despidió de ambos con una inclinación de cabeza y bajó las escaleras.

El viejo preparó un desayuno para el gigante.
─Desayuna y lee lo que quieras. Yo estoy exhausto y me caigo de sueño. ¿Qué opinas? ¿Será necesario que me mude?
─Por ningún motivo. Él regresará con todos los fascículos. Ya es como nosotros ─el nómada frunció el entrecejo. ¿Cómo lo consigues?
─Yo no hice nada. Fueron ellas ─dijo el viejo con una sonrisa─, las historietas.



CARPERMC@Gmail.com 

3 comentarios:

  1. Respuestas
    1. ¡Muchazs gracias Leo!!! ¡Un abrazo!!!

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    2. ¿Viste Leo? Esto es resultado de estar rodeado de estanterías llenas de historietas de todas clases y de todas las épocas. ¡Un abrazo!

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