Mientras corrijo y
reescribo la serie de siete libros que llamo Enfrentamientos de los Dioses,
suelo entretenerme imaginando relatos de ese universo. Tienen una relación
indirecta con los personajes o eventos de la saga principal. En muchos cuentos
ubico la acción en la política expansionista del Régimen Dobo. Una sociedad de
gobierno dictatorial que promueve el fanatismo y la supremacía. “Incursión en
Aguand” y “Leal al Régimen” pertenecen a ese grupo. El timo de Sijha fue
publicado en NM, la revista de Santiago Oviedo. Sijha es un planeta habitado
por moluscos inteligentes que tratan de sacar ventaja a un grupo de humanos con
una situación inesperada.
El timo en Sijha
M.C.Carper
El
trasbordador espacial había iniciado la maniobra de frenado, Otto Gunthar lo
supo antes de contemplar el anuncio con letras rojas del asiento. El efecto de
coriolis, aquel mareo sutil, le advirtió. Los otros pasajeros no le prestaban
atención, la amargura de estar en esa parte de la galaxia era contagiosa.
Sijha,
Sector Ulberanam, en la Tercera Elipse FDG7884, uno de los grandes aliados del
Régimen Dobo. No era un Sistema Estelar con atmósferas envenenadas o lunas
muertas, pero la civilización del cuarto planeta provocaba una aversión
natural, eran moluscoides, criaturas de dos metros de altura, babosas que se
movilizaban reptando por un único y carnoso pie. Se autodenominaban Ramblucks y
Otto tenía órdenes de negociar con ellos
e informar si eran de fiar, pero a mitad del viaje le llegó una
transmisión codificada: tenía que investigar la muerte de un rambluck en la
Estación Espacial del Régimen, el Fuerte Mahler, una de las primeras provistas
con hipertraslación. Cuando los garfios de amarre conectaron al trasbordador,
Otto dejó su asiento para abordar al Fuerte.
La
recepción no tuvo demasiada ceremonia, todo el personal parecía estar muy
ocupado. Ahí estaba su contacto, el AT (Administrador Territorial) de Sijha.
Se
estrecharon las manos
—Bienvenido,
Coronel Gunthar. Soy August Karleb. —se adelantó a decir el AT.
—He
visto holografías suyas, dicen que los sijhanos no simpatizan mucho con su
titulo. —Comentó Otto.
—No,
para nada. Estos moluscoides son muy rencorosos, no nos ven como dobos, para
ellos todos los humanos son iguales. Nos relacionan continuamente con los déspotas
comerciantes de la época Monárquica, a pesar que hace treinta años que
desaparecieron.
—Espero
que no nos confundan con la Unión.
—A
ellos los odian, la derrota en la última guerra está latente —comentó Karleb en
voz baja. A ningún soldado le gustaba reconocer que la Unión había ganado y
existía la posibilidad de que algún oficial político estuviese fisgoneando, en
ese momento se le ocurrió que Otto podía ser un espía—. Por suerte, sus
gobernantes han aceptado la política del Régimen, eso los hace tan dobos como a
nosotros, acompáñeme, por favor.
Hizo
ademán de coger el maletín del coronel, pero éste lo detuvo con un gesto
cortante, se encogió de hombros y lo guió por un pasaje de paredes grises.
—Cuénteme
sobre el progreso de nuestro trabajo, hay quienes piensan que se ha invertido
demasiado y el trato es ventajoso para los Ramblucks. —dijo Otto sin eufemismos,
fingiendo ignorancia sobre la muerte del sijhano.
—Obviamente
se refiere a la opinión del Alto Mando. Pues no nos ha sido fácil, los
moluscoides borrarían con el codo, si lo tuvieran, todos los pactos que
firmaron. ¿Está enterado de los detalles?
—Estudié
los documentos, si se respetan ganaríamos mucho y ellos no perderían nada. En realidad,
ellos ya están ganando.
—Explíquese,
coronel. —Preguntó Karleb precavido, el tono de Otto no era nada amistoso.
—Les
proveemos de materia prima y tecnología para construir esa esfera solar a
cambio de que los colectores de energía nos sirvan de abastecimiento. En
nuestros planes, comenzaremos a disfrutar nuestra parte del convenio, mucho
antes de que terminemos esa monstruosidad espacial, pero ya hemos superado los
envíos estimados y no hay ningún generador activo proveyéndonos de energía.
Para cuando las velas solares cubran su astro rey, perderemos la ventaja,
suponíamos que eso demandaría mucho tiempo.
—Suena
bonito expresado así y leerlo debe ser igual, sólo que está muy alejado de la
realidad. Han surgido cientos de inconvenientes, en su mayoría debido a la
inestabilidad de los aros que rodean a la estrella. Doce de mis hombres han
perdido la vida en este año. Los moluscoides no colaboran con nosotros, si no
todo lo contrario, debemos doblar la seguridad de los envíos de materia prima.
Descubrimos que la roban, aún no sabemos con que propósito, pero lo hacen y lo
peor ha sido la llegada de los luxorianos.
—¿Qué?
¿Cómo es posible? No lo han reportado —Otto lo pensó mejor antes de agregar
otro comentario, el Primario Dobom, el fundador del Régimen, era luxoriano.
Había demostrado ante toda la galaxia su imparcialidad con respecto a las distintas
especies conocidas, un espía como Otto sabía estar prevenido para cualquier
circunstancia inusitada —. ¿Han intervenido? ¿Dónde están? —Concluyó más
calmado.
—En
alguna parte de Sijha, a esos biomecánicos no les afecta ese planeta de musgo,
debe ser parecido a Luxor. Sé que son nuestros aliados, pero no se comunicaron
con nosotros, ni hemos recibido notificación de que vendrían y no suelen
compartir su tecnología, algo traman.
Karleb
se detuvo para indicarle la puerta del camarote a Otto. Le dio una tarjeta de
acceso personal.
—¿Alguna
novedad más, AT?
—Sí.
Hemos sufrido una desgracia, un supervisor sijhano de control de calidad fue
hallado muerto en uno de los pasillos del generador. —Karleb habló tratando de
ocultar lo embarazoso del informe.
—¿Cómo
murió?
—No
podemos hacerle una autopsia, los Ramblucks lo prohíben. Estamos esperando que
envíen su equipo médico.
—Una
mala noticia en verdad.
—Lamento
no poder dedicarle un minuto más en este momento, he de supervisar la
calibración de la órbita del segundo aro solar. Ya descargué todos los datos en
su computadora. Estaré disponible para colaborar con usted en treinta horas
estándares, hasta entonces. —Karleb se retiró a paso vivo; estaba preocupado
por la situación y sabía disimularlo bien, aprovecharía esas horas, pensando en
respuestas precisas para Otto.
Gunthar
entró al camarote, un habitáculo sin espacios inútiles; al estilo típico del Régimen
Dobo. Disponía de un lecho plegado en la pared, un breve escritorio con la
terminal conectada. Un lavado minúsculo que incluía un botiquín que se hallaba
en el lado interno de la puerta y dos armarios diminutos colgando a la altura
de los ojos. También descubrió un gabinete para uso personal, mas no se
molestaría en examinarlo, a sus archivos los llevaría encima en todo momento.
Encendió
la computadora. Leyó los informes, era un reporte correcto y preciso de fechas,
cantidades y horarios de envío y recepción, nada que le sirviese para tener una
idea clara de la situación. Lo único interesante era que un operario había
encontrado el cadáver, de inmediato fue llevado a la morgue. El rambluck había
llegado solo, el mismo día de su muerte. Dejó el ordenador y utilizó su
cerebro.
¿Qué es lo que sé sobre estos
Ramblucks?
Son belicosos, no se doblegaron
ante los monárquicos, ni ante al Arcontado. No han aceptado la política de la
U.R.N. (La Unión de las republicas del Núcleo), pero han aceptado de buen grado
al Régimen Dobo.
No tienen enemigos declarados,
pero parecen un tanto xenófobos, quizá sólo detesten a los humanos a causa del
monopolio comercial.
Su civilización es del Quinto
Nivel, como nosotros, integran al Senado Universal y dominan el viaje espacial.
Tienen armamento de última generación y varios escuadrones de combate espacial,
aunque sus militares no se han lucido como los nuestros.
Entonces… ¿Qué debilidades
tienen?
Son renuentes a abandonar el
planeta Sijha, siempre que tienen alguna conferencia, la realizan encerrados en
bolsas de humedad o en cubículos obstruidos por cortinas plásticas. Y no les
gusta recibir visitas…
¿Qué podrían ofrecerles los
luxorianos? ¿Qué tratos tendrán con ellos?
Es cierto lo que dijo el AT.
Hay ciertas semejanzas: El planeta de los biomecánicos, Luxor, está vedado para
cualquier ser extranjero, sólo permiten acercarse hasta el cinturón órbital ecuatorial
que rodea a ese mundo. Nunca tiene más de un embajador para atender los asuntos
externos, el anterior fue Dobom, nuestro líder. Sin embargo, estos biomecánicos,
no le temen a nada, sus cuerpos son filosos como navajas, son tan altos como
los Ramblucks, pero emanan poder y agilidad, aunque son muy parcos en sus
negocios diplomáticos.
No puedo esperar a que los
datos lleguen a mí, he de buscarlos lo antes posible.
Otto,
estudió su pistola Pixie de dos mil calendas de potencia. La cargó y la guardó
en la funda que llevaba en el interior del saco. Abrió la puerta del camarote,
dispuesto a comenzar su misión.
El
AT, August Karleb, impartió órdenes enérgicas a su jefe de estructuras,
Guillett. El calor en el pequeño tractor espacial era insoportable debido a la
proximidad con el sol. Había un equipo de cincuenta tractores para calibrar la
órbita del aro. Por supuesto, la denominación tractor era una alegoría. Se
trataba de navecillas con un paquete de sensores unidos en red al computador de
la estación. El aro solar, de una U.A. de diámetro tenía sus propios impulsores
de ajuste.
Guillett
no tenía el mejor humor aquel día, en realidad, no se le conocían días buenos.
—¡Esto
es culpa de esos malditos caracoles! —gruñó—. ¿No insistieron en que nos
auxiliarían en este tipo de emergencias?
—Sabes
mejor que nadie que los Ramblucks no soportan este calor, es imposible para
ellos operar aquí. —le explicó apretando los dientes, el AT
—¡Es
su maldito Sistema y su maldito problema! Además, se roban el hierro y las
herramientas ¿Por qué no deja un destacamento en Sijha para proteger los
envíos?
—Porqué
no me sobra gente, Guillett —estuvo tentado de decirle que alguien había sido
enviado para solucionar ese asunto, pero Karleb no era un bocazas—. Continúa
trabajando y deja de quejarte.
El
piloto de la lanzadera enmudeció cuando vio la credencial de Otto, todas sus
objeciones de llevarlo a Sijha carecieron de fuerza ante la tarjeta marcada con
el ADN del Primario Dobom. Informó a los controladores de la pista y revisó los
instrumentos del cockpit. La nave contaba con fuselaje aerodinámico para
atmósferas, podía cargar hasta cincuenta pasajeros y poseía una suite para
oficiales. Extrañamente, y para su
incomodidad, Otto decidió acompañarlo en la cabina.
—Bien,
señor. Avistaremos el planeta de los moluscoides en menos de una hora. —comentó
el piloto.
—Gracias.
Todos
los planetas civilizados se caracterizan por los olores. Es algo que se nota
mucho más en las astronaves. Nunca se puede evitar, los seres vivos despiden su
propia mezcla de aromas. Obviamente, la química afecta del mismo modo a los órganos
olfativos. El coronel Gunthar lo había experimentado en varias ocasiones, pero
Sijha sería inolvidable, olía a descomposición. No como a un pantano, recordaba
más a una habitación abandonada, llena de cosas podridas. La vegetación era
violácea, casi rojiza, debido a la atmósfera y la enmarañada jungla que
filtraba la luz. Los troncos de los árboles eran nudosos y plagados de hongos,
alzando las copas a más de cien metros sobre el suelo, como un escudo natural. Por
eso los Ramblucks querían tapar el sol, su enemigo eterno. Ante él, se abría un
claro cubierto de líquenes, se cuidaría de no resbalar, no contaba con la
ventosa adherente de los Ramblucks. El piloto que lo había traído, mostró
hastío cuando Otto le informó que debía esperarlo hasta que terminase su labor.
—¿Tardará
mucho, señor? —se atrevió a decir el navegante.
—No
lo sé, soldado. No me gusta alentar falsas esperanzas. —le aseguró el agente
dobo sin alegría.
Avanzó
por un sendero cubierto de fungosidades, cada vez que elevaba un pie, las botas
hacían un incómodo sonido de succión. La embajada de los Ramblucks era un
edificio acampanado cuya textura recordaba al caparazón de un quelonio, él sabía
bien lo que era, se trataba de Igostreg, un alga trepadora de Sijha que al
morir adquiere dureza similar al acero, los sijhanos la habían domesticado para
construir viviendas. Los muros y los
techos eran de igostreg.
Se
paró en la entrada, una gran compuerta en forma de trapecio. Al cabo de un
minuto se abrió permitiéndole el paso. Avanzó por pasillos, cuyas paredes
rugosas e irregulares emitían un tenue resplandor rosado, imitando el
crepúsculo del planeta. Se dejó guiar por la luz hasta otro portal, cuando las
hojas de este se separaron, descubrió una sala oval con unas mesa curva donde
lo esperaban cuatro Ramblucks. Eran ancianos, se dio cuenta, porque las
espaldas estaban cubiertas por una delgada valva.
Los
traductores sijhanos se activaron. Escondidos entre los pliegues de las paredes
atisbaban guardias con las armas listas, apuntándole.
Eso me resulta familiar, pensó Otto.
—Recibimos
su comunicado, Coronel Gunthar —comenzó uno de los moluscoides—. El asesinato
de uno de nuestros Ramblucks en su estación espacial anulará todos los acuerdos
que hemos firmado con sus superiores.
—¿Asesinato?
—Otto se daba cuenta del giro que pretendían dar los sijhanos a la situación—.
Eso sería muy conveniente para los Ramblucks, ahora que la parte más difícil de
la construcción de la Esfera Solar está terminada. Sólo tendrían que desplegar
las velas colectoras entre los aros siderales. La materia prima les ha salido
gratis y la asistencia técnica, también. Debe demostrarse que la muerte de su
rambluck fue provocada.
—Usted
nos ha estudiado, es el único que ha solicitado acceso a nuestros archivos
culturales. No desconoce que fuera de nuestro planeta tomamos todas las
precauciones de seguridad —El lenguaje del ser era una mezcla de salivaciones y
gorgoritos, contrastaba con la dulce voz del traductor—. El muerto llevaba su
traje humectador con gelatina suavizante. Con el, nada puede haberle ocasionado
la muerte.
—Ni
usted ni yo, podemos asegurar eso, el cuerpo está en la morgue de la estación y
sus leyes impiden que lo examinemos —Otto necesitaba ver al rambluck,
asegurarse si se trataba realmente de un asesinato—. Dudó muchísimo en la
teoría de un crimen.
—Nuestros
expertos le facilitarán todas las pruebas.
—¿Eso
no es un poco arbitrario? —prorrumpió Otto, cansado por la terquedad de los
Ramblucks y la falta de un asiento. En Sijha no existían las sillas porque los
moluscoides descansaban en su único tronco y pie motriz—. La ley del Régimen exige
que haya delegados de ambas partes en un asunto de este tipo. Como
representante del Primario Dobom, no aceptaré otra manera de proceder.
Los
Ramblucks apagaron los traductores y dialogaron entre ellos. Otto contempló las
burbujas que se formaban en las bocas mientras discutían. Transcurrieron veinte
minutos antes de poner en funcionamientos los traductores, otra vez.
—Haremos
una excepción en este caso —declaró el Rambluck—, permitiremos que asista a la
autopsia junto a un oficial médico y un guardia.
—Yo
también necesitaré de un asistente, quiero al AT de Fuerte Mahler conmigo.
—Otto había estudiado a los Ramblucks, pero Karleb hacía años que lidiaba con
ellos, su experiencia sería muy valiosa.
Esta
vez demoraron media hora para ponerse de acuerdo. Gunthar sabía que aceptarían,
a pesar de que sentían mucha antipatía hacia el AT dobo. Se preguntó como
reaccionarían cuando les lanzara la pregunta que había reservado para el final.
Cuando asintieron, otorgándole lo que pedía, dijo:
—A
propósito… ¿Qué saben sobre unos luxorianos trabajando por aquí?
Sus
palabras provocaron racimos de burbujas.
—No
son luxorianos, es un luxoriano. Un asesor técnico en arquitectura espacial
—explicó el rambluck—. Necesitamos una segunda opinión.
—Entiendo
—expresó Otto, adelantado el mentón—. Yo también necesito otra opinión al
respecto, lo consultaré con el Primario Dobom y leeré otra vez las condiciones
de nuestro acuerdo, tal vez pasamos algo por alto. El encuentro ha sido muy
instructivo y agradezco que aceptaran recibirme.
—Respetaremos
la ley, coronel.
—Hasta
luego, señores. —Saludó Otto, haciendo sonar los tacos de sus botas.
El
piloto de la nave, se alegró cuando lo vio salir del irregular edificio, no
soportaba un segundo más al fungoso planeta. Partieron de regreso al Fuerte
Mahler.
Apenas
puso un pie a bordo de la estación, exigió la presencia del AT. Eligiendo la
antesala de la morgue para el encuentro.
Había
transcurrido un día entero en horas estándares, pero en todo ese tiempo, Karleb
no había descansado, igual que él. El AT estaba desaliñado, cubierto en sudor y
con un evidente mal humor.
—¿Al
menos, consiguió calibrar ese aro? —preguntó Otto mientras sorbía un té y
disfrutaba de un cómodo asiento.
—Por
supuesto ¿Y usted, coronel? ¿Avanzó algo en su investigación?
—Me
faltan unos detalles, por eso mandé llamarlo. ¿Se considera la máxima autoridad
doba en esta parte de la galaxia? —Los ojos de Otto sostuvieron la mirada del AT.
August
Karleb no era un hombre que gustará de los subterfugios, optó por ser sincero
con aquel hombre sin importarle las consecuencias; estaban bien lejos del Alto
Mando y se las había apañado solo desde que había llegado, años atrás.
—Claro
que lo soy, a excepción de usted. Es un hecho que yo conozco esta estación
mejor que nadie y a cada miembro del personal.
—Exacto,
estoy completamente de acuerdo —acotó Otto con una extraña sonrisa—. Los
sijhanos opinan que asesinamos a uno de los suyos, quieren cancelar los
acuerdos y estoy seguro de que continuarán la construcción de la Esfera Solar,
asistidos por la tecnología luxoriana.
—¡Babosas
traicioneras! —Gruñó Karleb—. Están aprovechándose de un accidente.
—¿Por
qué está tan seguro? ¿Descarta un asesinato?
—Conozco
a mi gente, señor. No les caen en gracia los moluscoides, pero no los veo
capaces de matar a un supervisor… es difícil hacerles daño con esos trajes
voluminosos que usan.
—¿Vio
el cadáver?
—No,
estaba fuera, en los aros. Pude revisar las grabaciones del traslado hasta la
morgue para seres no humanos —adelantándose a la siguiente pregunta de Otto,
aclaró—: No tenemos cámaras en los pasillos del generador, la radiación las
hace inútiles.
—Radiación,
quizás eso provocó la muerte del moluscoide. —Sería una simple explicación que
resolvería el asunto, pensó.
—Puede
ser, pero no es nociva para alguien que sólo estuvo diez minutos en ese lugar.
Ellos tiene libertad para meterse donde quieran, está en el tratado. No es
posible acompañarlos a todos los lugares que escogen caprichosamente.
—August
—dijo Otto, bajando el tono de voz a ser casi inaudible—, necesito inspeccionar
el cadáver, antes de que arriben los sijhanos.
—Eso
violaría…
—No
necesita recordármelo. ¿Puede hacerse? No debe quedar ninguna prueba y no
contamos con tiempo, tal vez estén abordando en este momento.
El
AT se ocupó personalmente de reemplazar las grabaciones de la morgue que los
mostraban ingresando a la cámara
mortuoria dispuesta para el sijhano. No fue sencillo cambiar los datos
de grabación que se retransmitían en tiempo real a la computadora central de la
estación y luego se copiaban para enviar por hiperonda al Alto Mando. Tampoco
retrasar el abordaje de astronaves llegadas de Sijha sin parecer sospechosos.
Los empleados de control de tráfico le aseguraron que conocían miles de excusas
y que no era la primera vez que las usaban.
Otto
Gunthar y August Karleb se encontraron, enfundados en sus trajes anti
contaminación, frente al cuerpo inerte del sijhano. Pensaban en las muertes de
los trabajadores en la Esfera, la desaparición de los envíos, la presencia de
los luxorianos y las intrigas de los Ramblucks. Mucho dependía de lo que descubriesen
en ese cadáver.
Estaba
muerto, era obvio. Llevaba el traje puesto, pero este estaba desinflado como si
el líquido gelatinoso hubiese escapado. Los largos brazos colgaban a los lados
de la camilla.
—¿Es
normal que el liquido desaparezca? —dijo Otto.
—Nunca
vi uno de estos muertos. Supongo que se secan, como las babosas. Ya lleva tres
días así.
—Sí,
sus congéneres han demorado bastante para traer a los expertos. Tal vez,
quieran que desaparezcan evidencias de una muerte natural —conjeturó el coronel.
Sospechaba cada vez más de la teoría de un crimen. Entonces descubrió algo
perturbador: la manga del brazo izquierdo estaba rasgada, un corte de diez
centímetros—. ¿Qué es esto?
Apartó
las capas del traje con una pinza, la piel del rambluck en esa zona estaba más
deteriorada que el resto, como carcomida. Karleb se aproximó a estudiarla,
lucía como una quemadura, pero el resto del cuerpo estaba brotado, lleno de
erupciones.
—¿Envenenado?
—murmuró.
Gunthar
le indicó que le permitiese mirar, apartándolo con un ademán. Tomó un analizador
médico portátil y recorrió la zona expuesta. El AT expresó nervioso:
—¿Qué opina usted del envenenamiento?
Otto levantó la cabeza antes de
responder.
—Me esfuerzo por no pensar en ello.
Últimamente han ocurrido demasiadas cosas horrendas. Quizá no fuese veneno.
—Lo
era —dijo Karleb.
—¡Explíquese!
—dijo el coronel irguiéndose.
—No
aquí, señor. Debemos sellar este lugar para los moluscoides.
Volvieron
a la antesala. El AT se encargó de clausurar la entrada a esa sección, negando
el acceso a cualquier tarjeta que no fuera la suya o la del coronel Gunthar.
—Bien,
lo escucho, August. —dijo.
—Ya
vi heridas como esa, antes —comenzó Karleb—. Fue en mi única visita al planeta
Sijha. Ocurrió cuando les enseñaba a operar los tractores, un técnico
moluscoide se acercó curioso. Allí en su planeta no usan los voluminosos
trajes, yo estaba sudando, como siempre que trabajo. De repente, vi al sijhano
retorcerse. Cayó exudando una enorme cantidad de baba. En seguida llegaron
otros y lo cubrieron de mantas húmedas —Karleb se mordió el labio inferior
mientras recordaba—. La demostración se interrumpió y me detuvieron en una
celda durante una hora. Me interrogaron hasta que se convencieron de mi
inocencia, pero no me explicaron nada de lo que había ocurrido. Así que
investigué por mi cuenta —se miró las manos callosas—; es el sodio en nuestro
organismo, los quema como ácido, pero también tenemos una proporción ínfima de
molibdeno que combinada con la piel de los caracoles se transforma en veneno.
Si no son atendidos de inmediato, es mortal. Todo el personal de esta estación
conoce ese incidente.
—Alguien
tuvo contacto físico con el rambluck, alguien lo mató, Karleb.
—¡Maldita
sea! —Exclamó con frustración el AT —. Llamaré al operario que lo encontró, es
nuestro único sospechoso.
Anna
Doberer era quien había hallado al sijhano, era una chica con excelentes
calificaciones, la oficial técnica más joven de la estación, de apenas
dieciocho años.
Se
mantenía en posición de firme mirando al frente, su corto cabello rubio no
disminuía su belleza juvenil y no tenía el tipo de una asesina.
—Entonces
encontró al moluscoide caído a un lado del pasillo —dijo en voz alta, Otto,
leyendo el informe de la muchacha que tenía en las manos—, pero no encontró
signos vitales. ¿Qué sabe de morfología sijhana?
—Respiran
oxigeno, señor, tienen pulmones y corazón. No había señales de vida en ese ser,
señor.
—¿Lo
tocó?
—En
ningún momento, señor.
—¿Se
da cuenta de que si encontramos rastros de su ADN en la criatura, puede sometérsele
a una corte marcial?
—Hallará
mi ADN en el traje, señor, porqué arrastré el cuerpo fuera del pasaje del
generador. —la chica trató de mantener la compostura, pero algo de color había
desaparecido de su rostro.
Karleb
intervino, estaba convencido de la inocencia de la joven.
—¿Qué
hacía ahí, oficial? No es su área de trabajo.
La
pregunta puso muy nerviosa a Anna, los ojos brillaron cuando dijo:
—Quería
ver el generador de la estación, era mi hora de descanso.
—¿Sin
autorización? —dijo Otto.
—Estaba
autorizada, señor, pero era extra oficial. Consideré que no era nada peligroso…
entonces vi al sijhano… —balbuceó la chica.
—¿Quién
la autorizó?
—El
jefe de estructuras, el teniente Guillett.
Ordenaron
el arresto de la chica, para mantenerla aislada y convocaron a Guillett. El técnico
era un enemigo de los Ramblucks, los odiaba por muchas razones: Se negaban a
colaborar y los robaban, pero también los culpaba por la muerte de su
prometida, una de las espacionautas perdida ese año. Era un hombre robusto,
acostumbrado a usar su fuerza para resolver los problemas. Se mantuvo de pie
durante todo el interrogatorio.
Karleb
lo conocía desde los comienzos de la construcción y lo había acompañado en los
peores momentos, no podía entender la situación.
—Cuéntanos
todo, Guillett —ordenó el AT—, el tiempo es muy escaso.
—Fue
un accidente, lo juro —dijo Guillett secamente—. Me cruce con el caracol,
estaba haciendo mi revisión diaria. De pronto, lo vi estremecerse. Cayó sobre
mí. Esos monstruos pesan entre cien y ciento veinte kilos, no soy muy alto y
sólo atiné a tomarlo del brazo, pero estaba descubierto. Apenas lo rocé,
comenzó a lanzar baba espumosa, un asco. Me aparte y lo contemplé sufriendo.
Sus estertores eran mudos, al tiempo que se revolvía sobre sí mismo para
detenerse después. Supongo que murió en ese momento, todo fue muy rápido.
—Entonces
decidió enviar a una chica inocente para que pagara por su error. —el tono de
Otto contenía su furia.
—Sabía
que nunca la culparían. Anna es un ángel, en cambio a mi, todos me conocen.
Aunque no era mi intención hacerle daño a ese caracol, ahí estaba, muerto.
Nadie creería en mi inocencia, pero le juro que no lo mate. No sé como se rasgó
su traje… No pude impedir tocarlo. Como le dije, se abalanzó encima mío.
—Queda
arrestado, Guillett. Bajo sospecha de asesinato. —dijo Otto Gunthar con una
expresión de cansancio muy acentuada. Los guardias se llevaron al jefe de
estructuras, dejándolo a solas con Karleb.
—Creo
que dice la verdad, coronel —le dijo este—. Fue un maldito accidente, pero
supongo que los sijhanos nunca lo creerán.
—No
importa lo que crean —declaró Otto, sorprendiendo al AT de Sijha—. No podemos
perder a una oficial prometedora y a un jefe de estructuras con mala suerte.
Sin mencionar que nuestro acuerdo con los Ramblucks es demasiado valioso para
el Régimen, tengo una idea que puede resolver el asunto.
El
experto médico y el guardia sijhano, abordaron veinte minutos después. Parcos y
directos, ignorando todas las atenciones que les dirigían.
Cuando
llegaron a la morgue, se encontraron con una desgraciada sorpresa: el cuerpo de
su congénere había desaparecido, devorado por bacterias en los líquidos
conservantes, no había quedado nada. El coronel Otto Gunthar se deshizo en
explicaciones y disculpas.
—Son
muchas las especies galácticas que tenemos registradas, de la mayoría
desconocemos la morfología —dijo—. No sé como se cruzó esta información. Teníamos
entendido que los Ramblucks se conservaban en ambientes regulares para las
especies de este Sector, como los gusanos de silicio, o los crustáceos calcáreos
de Yumix. No quisimos intervenir hasta hoy, si hubiesen llegado medio día
antes, tendrían el cuerpo intacto.
—Esto
cancela cualquier acuerdo con ustedes. —exclamó el médico a través del
traductor de su traje.
—¿Por
qué? ¿Por una muerte natural? Estamos seguros de que a ese rambluck le fallo el
corazón, es el peligro de aventurarse al espacio sin entrenamiento físico.
—Ustedes
lo mataron.
—¿Tiene
pruebas, doctor? No consentiré otra acusación de su parte sin pruebas.
El
sijhano calló, no actuaba como un médico, parecía un oficial político médico.
—Entiendo
su pesar —continuó Otto—, no hay forma de compensar una pérdida como esta, pero
podemos facilitarles una nueva defensa al Sistema Sijha —el Primario Dobom le
había dado la idea, durante una breve conversación hiperonda, necesitan
proteger su futura base de abastecimiento—. Digamos que cuatro Cañones
interplanetarios Núcleo, en la quinta órbita, podrían calmar los ánimos.
—Es
un arma prohibida, coronel. —comentó el rambluck.
—Por
las convenciones actuales, pero eso cambiará. ¿Qué dice?
—Hace
tiempo que pensamos en una defensa para el Sistema, la aceptamos con gusto.
—Los sijhanos les dieron la espalda dispuestos a retirarse.
—Ah,
doctor… —les dijo Otto cuando cruzaban la salida—. No es necesario que lo
ayuden los luxorianos.
—No
—dijo el rambluck sin volverse—, eso pertenece al pasado.
El
AT de Sijha, August Karleb, declaró el día libre en la estación. Se organizaron
fiestas y el ánimo mejoró.
Se
reunió a cenar con Otto para brindar por el éxito de los tratados. La comida
fue del gusto de ambos, pero el coronel se negó a festejar antes de mostrarle
algo a Karleb.
Apartando
el plato y las copas que tenía en frente, colocó su computador portátil. — Como
sabrá, he solicitado el acceso a los correos hiperonda de todos los miembros de
la base. Obtuve un hallazgo muy interesante, que deseo compartir con usted
—explicó Otto misteriosamente—. Es curioso, no he visto caracteres luxorianos
más que en el Alto Mando, durante mis entrevistas con el Primario Dobom y de
improviso los encuentro en dos correos codificados de uno de nuestros
operarios, aquí, en Fuerte Mahler.
El
AT apartó su comida.
—¿Adivina
quién recibió estos mensajes? —Preguntó Otto.
—Dígalo
de una vez.
—Nuestro
querido Jefe de Estructuras Guillett.
—Ese
traidor… Entonces es el asesino, un espía contratado por los luxorianos, los
Ramblucks tenían razón.
—Eso
no es relevante, ahora —aclaró Otto con tono cordial, sabía que no era
agradable descubrir un traidor entre la gente de confianza, por eso había
decidido decírselo personalmente—. ¿Qué quiere hacer con Guillett?
—Que
la ley del Régimen se encargue de él —dijo Karleb después de pensarlo, la
traición era uno de los crímenes más despreciados en el Régimen. Era mejor
dedicarse a las personas que crearían el futuro—, estaré muy ocupado,
enseñándole el oficio a esa niña, Anna Doberer.
Sonrieron
alzando las copas y brindaron por ello.
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