Tribulaciones del cadete Uzpix fue el primer cuento que aceptaron publicarme. recuerdo aquel correo electrónico de mi amigo y editor José Joaquín Ramos de Francisco. Era para su publicación, Alfa Eridiani, un e-zine al que leía siempre y donde varios amigos de Taller Siete habían publicado. Por supuesto, el cuento había sido comentado en el taller y pasado por muchas modificaciones. En esa época, Vicente Ortuño era el moderador del Taller y mi madrina era Raquel Froilán.
Este cuento era parte de uno de los ejercicios del taller. trata sobre el primer contacto entre seres de distintos planetas. para mi es como una versión oscura de la pelicula E.T. espero que les guste y por supuesto pueden dejar comentarios.
Este cuento era parte de uno de los ejercicios del taller. trata sobre el primer contacto entre seres de distintos planetas. para mi es como una versión oscura de la pelicula E.T. espero que les guste y por supuesto pueden dejar comentarios.
Tribulaciones
del Cadete Uzpix
M. C. Carper
La
bocina del automovil atronó en sus delicados oídos. Aunque ocurría a intervalos
predecibles, no conseguía acostumbrarse. Recordó su entrenamiento y lo inútil
de todo lo aprendido. Ninguno de sus instructores había previsto que existiera un
lugar tan caótico. Un transporte pasó lanzando
gases contaminantes, transmitiendo una horrenda vibración que sacudió su
cuerpo.
Si
bien había elegido disminuir los signos vitales para evitar alterarse, se
resistía a quedar a merced de tantos bárbaros. Era preferible aturdirse con el
estruendo de sus voces y vehículos que perder el sentido de la realidad.
Todo por culpa de
la entropía.
Había
transcurrido demasiado tiempo desde la desgracia. En el momento menos esperado,
el camuflaje de rata vibratoria había fallado. Ya no era un grupo anónimo de
átomos o un aburrido neutrino. Ocupaba un espacio fácil de percibir por los
habitantes locales de ese planeta.
Sus
compañeros no pudieron asistirlo pues se había aventurado en una calle atestada
de humanos. Por fortuna, los nativos, no se sorprendieron de hallarlo en medio
de la peatonal. Algo había aprendido sobre los terrestres. Eran demasiado ciegos
para ver lo obvio. Mientras no se moviera, lo tomarían por un objeto inanimado.
A pesar de su aspecto ligeramente antropomorfo. Ningún humano jamás lo
confundiría con un pariente lejano pero, al menos, podría resultarles
simpático. Se contaban historias horribles en los corredores de su nave sobre
espacionautas atrapados por salvajes.
Estar
inmóvil no era una de sus virtudes. Uzpix
era un Cadete Clase Uno. Con semejante nivel de instrucción, encontró pronto una
solución para ese quietismo. Poseía la facultad de aletargarse a voluntad. Un
acto comúnmente llamado petrificarse.
Pasaron los días y comenzó a llover. La presencia de
un humano rondándolo lo intranquilizó. Aquel nativo lo escudriñaba con
atención. Al mismo tiempo, miraba con disimulo a sus congéneres. Esperó cerca
de Uzpix la caída del sol. El desdichado Cadete no imaginaba cuales eran sus
intenciones. Manos encallecidas lo izaron hasta un transporte impulsado por un
primitivo motor a combustión. El viaje duró una hora. Apenas se detuvieron, fue
cargado sobre hombros anónimos para ser encerrado en un sitio umbrío. La
pulsera de sensores le indicó el tiempo transcurrido. Se animó a explorar el
lugar. Estaba atestado de objetos. No había otro ser vivo ahí. Sólo montones de
cosas en desuso. Un sentimiento de alerta le sobrevino al comprender que se
hallaba en un contenedor de desperdicios.
No ─recapacitó─.
Este sitio esta demasiado higiénico.
Además había una mesa con un par de máquinas.
Aquello era un taller. Intentó ponerse en contacto con los suyos. Descubrió con
pesar que el comunicador no había captado ningún mensaje. Sabía que los sensores
enviarían su nueva ubicación a la astronave. Pero conocía el reglamento de los
exploradores al pie de la letra. No aprobarían un rescate mientras existiese
riesgo de contacto con los locales.
¡Maldito, Creador! Podrías haber estropeado mi camuflaje antes o después
de atravesar esa calle atestada de terrestres.
No tardó en comprender que tendría que aguardar. Sin
embargo la paciencia era una disciplina poco característica en Uzpix. Dio un
bufido frustrado antes de entregarse al sueño del letargo.
Cuando recuperó la conciencia estaba nuevamente
sobre los grotescos hombros de un humano.
Lo depositaron entre varios objetos. Mesas, armarios
y toda clase de muebles. En todos había símbolos garabateados a mano. Algunos
exhibían carteles con la misma clase de escritura. Descubrió que se trataba de
números en un sistema decimal. Entender su finalidad le demandó bastante. En su
mundo no existía nada parecido a los productores, los consumidores o el
mercado. Los Milenarios, los sabios de su especie, habían diseñado maquinas
para proveerle de todas sus necesidades, sin pedirle nada a cambio. Anonadado
comprendió que se trataba de precios.
¡Estoy en venta!
Compararse con otros objetos no le alentó demasiado.
Muchos precios tenían más números que él. Era considerado una especie de adorno
o muñeco. Quizá una escultura. Como obra de arte no le pareció el sitio
adecuado para estar exhibido. El lugar era oscuro y viejo. En ocasiones lo
cambiaban de sitio. Fue así que descubrió una gran abertura. Podía contemplar
el paso de los rayos solares día tras día. Distinguía desde ahí, una vereda y
una calle. El paso de humanos. A veces lo alcanzaba la vibración de los toscos
vehículos pasando.
Los
días se sucedieron y su precio comenzó a bajar. Continuaron cambiándolo de lugar pero pocos se demoraban a contemplarlo.
Un macabro día lo sacaron del cálido interior para exhibirlo en la vereda, a
merced de las inclemencias del tiempo.
¡Creador perverso! ¿Hay un poco de consideración para un leal Cadete
Espacial en tu plan?
Uzpix se sentía totalmente desdichado. Haber
aprendido el idioma tortuoso de los humanos no fue un consuelo. Un par de
ancianas que circulaban diariamente en la vereda no escatimaban verborragia
para criticar su aspecto. Aportándole el conocimiento de nuevos epítetos.
─¡Es horrendo! ─decían.
─¡Qué espanto! Seguro es producto de una mente
enferma. ─comentaban al unísono.
En el planeta hogar, los ancianos Milenarios eran
portadores de sabiduría. No captaba el significado en la actitud de las
ancianas pero la respetaba. Estaba tan preocupado por el futuro que no lograba
concentrarse en aprender. Desde luego, el planeta Tierra quedaba descartado
para cualquier clase de explotación. Había consumido toda la información de la
biblioteca de la nave acerca de la Tierra y las costumbres de los habitantes. A
su juicio, los terrestres podían ser muy hábiles e ingeniosos con la ciencia
pero nunca la aplicaban en el bienestar común si no exclusivamente en el
enriquecimiento personal. La única forma de enriquecerse que entendían era el poder.
Tener poder sobre las cosas o el entorno. Y preferentemente sobre otros. Al
poseer dos sexos intelectuales diferentes para procrearse, cayeron en la
solución fácil de transportar esas diferencias a sus deidades, sus negocios y
sus metas personales. Los principios masculinos y femeninos prevalecían en casi
todos sus conceptos.
Tu, Creador mío, no eres ni padre ni madre. ¡Eres un Cretino egoísta! Si
realmente juegas a los dados, estás haciendo trampa.
La peor humillación sufrida fue obra de los niños.
Uzpix era un juguete tentador para matar el tiempo. Pellizcos y trompadas nunca
escaseaban. Algunos osados intentaron quitarle el paquete de sensores. Era más
fácil arrancarle el brazo. En esas oportunidades, uno de los dueños de la
tienda los amonestaba. Una vez, los niños llegaron equipados.
Valiéndose de un gran marcador pintaron su boca a
modo de labios de caricatura. Su inmovilidad le impedía deshacerse de la
molesta pintura. Luchó para no ser dominado por la ira. Después de todo lo
consideraban un objeto sin vida. Aunque, pensándolo mejor, si eso hacían con un
muñeco que no harían si supieran que podía sentir y reaccionar ante todas esas
humillaciones. Los había observado destruyendo un hormiguero. O cortando por
deporte las ramas de un árbol cercano.
No. Mejor continúo petrificado.
Agradeció en silencio a los ingenieros que diseñaron
su traje de sustento vital. El mismo le proveía alimento durante el letargo.
Transformaba en energía la luz solar. Era seguro que enviarían un grupo de
rescate pero podía tardar años. Su especie era demasiado cauta en esos asuntos.
Si los nativos del planeta no fueran humanos se arriesgaría a dormir. Dejar
pasar el tiempo hasta ser hallado. Era una opción imposible de asumir después
de todo lo que había experimentado con los terrestres.
El invierno dejó paso a la primavera y luego al
verano. El calor agradaba a Uzpix pero no la luz. En su planeta, el astro rey
brillaba pálido en el firmamento. Pero, bajo las bóvedas de las ciudades todos
gozaban de un clima adecuado para no necesitar ropa.
La cantidad de humanos se había duplicado. Igual que
las ventas de la tienda.
Le sorprendió que quitaran el cartel que exhibía su
precio de oferta. Muchos temores cobraron forma en su mente. Había ocurrido con
muebles y adornos. Primero les retiraban las etiquetas y después desaparecían o
eran abandonados en la esquina de la calle. Algunos humanos harapientos se
reunían ahí por la noche. Hacían fuego con cartones para formarse alrededor
estirando sus palmas y frotándose las manos en alguna clase de rito primitivo.
Nada bueno podía devenir de aquello.
Esa noche, dos hombres, los dueños del negocio se
acercaron a observarlo después de cerrar el local.
─Esta cosa lleva mucho tiempo aquí. ─comenzó uno.
─Así es ─dijo el otro─. Se ha transformado en el símbolo
de la tienda. Todo el mundo lo relaciona con nosotros ¿Estás seguro de que es
buena idea tirarlo?
Uzpix se desesperó. En silencio, por supuesto.
─Debemos renovarnos ─continuó el primero─. Ahora que
estamos progresando, con mayor razón. Podemos contratar a alguien para que nos
haga un muñeco mejor. Con más vida, quiero decir. Míralo, es un mamarracho de
primer grado.
Si mis genes no estuvieran condicionados contra la violencia conocerías
mi lado salvaje. ─gruñó mentalmente el Cadete Espacial.
─Siempre creí que era nuestro amuleto de buena
suerte ─comentó el segundo con una sonrisa─. Recuerda que con él inauguramos
esta tienda.
─Sí. Y nadie nunca dejó una moneda por él. Llévalo
hasta el volquete de la esquina.
─Es una lástima.
El hombre obedeció. Al cargarlo en sus hombros,
Uzpix lo reconoció. Era el mismo que lo había levantado bajo la lluvia una
eternidad atrás. Vio con pavor el contenedor de basura. Cayó sobre un colchón
de hojas y cartones. La oscuridad se abatió en poco tiempo. Los humanos harapientos
tampoco tardaron. Al verlo, rieron con voces rasposas. De un momento a otro
iniciarían el rito del fuego. Uno muy grueso, con varias capas de ropa, mostró
un pequeño encendedor a los otros. Dedos torpes, envueltos en guantes de lana
rotos, se esforzaron para crear una llama. Varios papeles se encendieron.
No tenía ninguna chance ante el fuego. Su traje
resistiría bastante pues era antiflama pero su rostro, pies y manos estaban
expuestas. La simple caricia de las llamas lo dañaría hiriéndolo hasta la
muerte. El siniestro hombre acomodaba los cartones para alimentar mejor al
fuego. Los otros extendieron sus palmas en adoración tribal.
Era el fin.
Uzpix no sintió deseos de revelarse. Toda su educación hacia hincapié en su
lealtad al reglamento. Cuando el fuego prendió en el fondo del volquete, el
humano se apartó para contemplar junto a su clan como era inmolado un
disciplinado explorador espacial.
Como los seres primitivos que tanto criticaba, pensó
en su creador. No con protestas, sino con afecto y esperanza. En ese momento
percibió un destello en el comunicador. Cuando oyó una voz conocida hablándole en
su idioma no pudo darle crédito.
─Cadete Clase Uno Uzpix ¿Me oye? ─dijo el aparato.
─Con claridad, Capitán. ─respondió él con rápidez.
─Estamos estableciendo las coordenadas para el rayo
de transporte.
─Mi condición es critica, Capitán. ¡Estoy a punto de
morir quemado!
─Serán sólo unos segundos, Cadete. ¿Fue dura la
estadía con los terrestres?
─Digamos que cuando yo llegué a ser uno de los Milenarios, quizá
podamos decirnos: Hola.
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