martes, 26 de marzo de 2013

ADN Encubierto - Cuento de CF


El siguiente cuento lo escribí después de tener como referencia a otra ficción. Era una convocatoria para crear un relato tomando elementos de otro cuento. Ocurrió que apenas comencé a leer la historia elegida para mí, me ganó el aburrimiento y no pude seguir. Lo único que tenía era un tema sobre una búsqueda, un viajero y algo sobre ADN. Con eso me puse a trabajar en “ADN encubierto” que fue publicado en Alfa Eridiani como “La búsqueda” a falta de un título mejor pensado.

ADN encubierto
M.C.Carper

Era el quinto intento. La unidad de sondeo temporal recorrió los pasillos y oficinas del edificio buscando y nada. Marcia resopló en su asiento con frustración. Revisaba el informe preliminar realizado por  robots dos semanas atrás. Estiró las piernas apoyando los talones en la consola, dejando que la melena oscura y rizada colgase hacia el piso.
Las máquinas no saben pensar, se dijo.
Desde la cronocápsula podía espiar la entrada a las oficinas con tranquilidad. Nadie podía verla, suspendida a cien metros del suelo pues disponía de un sistema de ocultamiento, al igual que la unidad de sondeo era invisible para los tempo-locales. Ella vivía en una época diferente a la que se hallaba, venía del futuro. Su búsqueda la había traído  a un momento de la historia cuando el planeta estaba super poblado y la gente se hacinaba en metrópolis polucionadas. Una de las épocas que otros cazadores del tiempo evitaban transitar.
 Según los datos que poseía, en ese edificio había ADN humano valioso. Los códigos de ética y moral que llevaron a la civilización a superar el riesgo de extinción, no eran frecuentes en el lugar de donde venía, por eso el programa de colonización de la galaxia carecía de capitanes con las cualidades necesarias. Era culpa de la manipulación genética. Con ella se habían eliminado todos los vestigios de agresividad y egotismo. Pero esas características dominadas por una conciencia de valores justos eran necesarias en la exploración de nuevos mundos, tampoco había sobrevivido un banco de genes de ese tipo. La única solución era encontrarlos en el pasado, entre millones de seres de genética salvaje. No obstante, algo estaba funcionando mal. Las recorridas anteriores de la sonda habían analizado a cada uno de los humanos que frecuentaban la construcción, a la empresa administrativa que era el objetivo. Todos habían sido sondeados, tanto los que trabajaban dentro como los ocasionales visitantes.
Y no eran pocos; entre directores, gerentes, secretarias y cadetes, incluyendo a los empleados de limpieza y vigilancia había doscientas treinta y siete personas.
El trabajo de Marcia consistía en aprobar la selección efectuada por los del Departamento de Búsqueda. Muchas veces había cancelado a los postulantes, la primera impresión puede ser engañosa y los robots del departamento de sondeos no tienen intuición para percibir la falsedad. Ella hubiese preferido que las búsquedas de cronovidas las realizasen personas, algo que no estaba disponible en su época pues los humanos eran escasos y la costumbre de reproducirse se había abandonado hacía un par de siglos. En contraposición, los robots se hacían más listos, pero aún les faltaban muchas instrucciones en los cerebros para entender que tipo de cualidades personales se buscan en un individuo.
El programa espiaba a un grupo de gente para reconocer una serie de actitudes y clasificar  cronovidas de ADN potencial. Pero el informe que Marcia tenía estaba incompleto debido a un desafortunado accidente.
Ninguno de los robots buscadores de ese edificio había regresado funcionando y el reporte de los datos de la persona encontrada no estaba en ningún lado, sólo se tenía la certeza de que ahí estaba el ADN adecuado para crear clones de capitanes, adelantados para la exploración espacial. Los datos se habían perdido, todo por culpa de una fisura en la cápsula de traslado temporal. Pese a la dificultad, Marcia había aceptado ocuparse del trabajo, parecía sencillo encontrar al individuo entre los modelos comunes de esa época en particular, donde la mayoría se destacaba por el egoísmo, la ruindad y la envidia.
El espacio en la cronoagenda continuaría vacío si no tomaba las riendas del asunto. Tamborilló los dedos sobre la pantalla de cristal líquido y llamó a su robot asistente, al cual era reticente a convocar. No confiaba en los seres artificiales, siempre pedantes con sus conocimientos, los mismos que no tendrían si sus constructores humanos no los hubiesen puesto ahí. Después de apretar un botón, el colaborador androide salió de un sutil armario en la pared. El robot no había abandonado su cubículo en cinco meses y en la última ocasión había sido para la revisión obligatoria de mantenimiento.
—Buenos días, Marcia. ¿En que puedo ayudarle? —saludó respetuosamente el robot que ella había bautizado Mulo.
—Necesito de tu razonamiento robótico para entender por qué la unidad de sondeo no encuentra al sujeto que tus primos artificiales localizaron. —informó Marcia frunciendo su generosa boca.
—¿Me permite el informe? —dijo Mulo sin ninguna muestra de emoción. Ella se lo pasó.
El cerebro lógico descartó enseguida enfermedad o muerte. Todas y cada una de las personas que transitaban el edificio eran las mismas de las registradas en el reporte. Los robots buscadores permanecieron quince días hasta dar con el perfil buscado: Un humano que hiciera sus elecciones en favor de la amistad, que afrontase los inconvenientes con honor o que defendiese a las victimas de injusticias aún a riesgo de ser calificado en forma negativa por sus semejantes.
Transcurrió un minuto, un espacio de tiempo muy incómodo cuando se trata de un robot pensando.
—¿Qué pasa, Mulo? ¿Estás tan perplejo como yo? —dijo Marcia frunciendo el ceño, le molestaba el silencio y la postura meditativa de la máquina, no podía entender porque los ingenieros se esmeraban en hacerlos imitar los gestos humanos.
—Sin duda nuestro objetivo se encuentra en ese edificio y la sonda no falla —argumentó Mulo y ella estuvo tentada de aplaudir, pero se mordió el labio, el robot no tenía sentido del humor así que decía la verdad—. Podríamos investigarlos a todos para encontrarlo por descarte. —propuso el androide.
—Son casi trescientos —arguyó la mujer—, pero supongo que es la única opción —estaba segura que ese sería el procedimiento escogido por el autómata—. Usaré un dispositivo de ocultamiento y tú vendrás conmigo, Mulo. —Por nada del mundo haría sola la tortuosa tarea de fisgonear a los caóticos seres humanos de esa época, ni siquiera estando invisible.

El edificio tenía seis pisos y casi cincuenta oficinas. Aunque le costó reconocerlo, la asistencia de Mulo fue muy valiosa. En las primeras horas ella se ocupó de fastidiarlo, desacreditando sin molestarse en analizar, las teorías del androide. Sin embargo, su asistente no reaccionaba, continuando con sus respuestas educadas y prestando atención a cada demanda de su compañera, aún cuando se tratarán de burlas y menosprecios.  Juntos descubrían la mala voluntad que existía entre los empleados del edificio mientras caminaban entre ellos, imperceptibles para sus ojos y oídos. El aplomo del robot  la llenó de asombro, no se exasperaba ante las críticas y los comentarios venenosos que emitían las personas entre ellas. Las envidias o las extorsiones burocráticas no le crispaban los nervios. Después de analizar dos pisos, Marcia tenía muy claro porqué aquella tarea no la realizaban humanos; ningún ser de carne y sangre podía soportar la falsedad que se respiraba a cada paso, encubierta en una sonrisa o un beso en la mejilla.
Muchas de las personas parecían ejemplos de honradez y amabilidad en una primera inspección. Solícitos y desenvueltos, no obstante, en un examen más profundo se descubría una máscara que sólo pretendía engañar al desprevenido. Muchas secretarias y cadetes se deshacían en servilismo para insultar con odio a aquellos que ayudaban en sus momentos privados. Por otra parte, a los empleados jerárquicos no les importaba en absoluto algo que no fuera su propia estabilidad, a cualquier costo. Solicitaban despidos de sus subordinados por errores propios, la sucesión de bajezas por un puesto o la aprobación de un superior eran interminables.
Una a una, Marcia y Mulo fueron descartando a las personas. Siempre con el robot sopesando todas las variantes, su escrutinio meticuloso daba la tranquilidad a Marcia de no dejar pasar nada por alto, ni cometer errores. Algunas personas eran más fáciles de eliminar de la lista que otras. Ella descubrió que  no podía ser imparcial en muchos casos, había gente que le caía bien, a pesar de ciertas actitudes. Hasta podía entender la frialdad insensible de secretarias, vigiladores y gerentes, la fórmula para sobrevivir en esa empresa era muy contagiosa; era necesario un cerebro selectivo como el de Mulo para hallar al portador del ADN.
Cuando, al fin, terminaron de evaluar al personal completo se encontraron con que no tenían al candidato identificado. Las personas afables escondían personalidades hábiles para el timo y la traición. Otras personas, calladas y sumisas, anidaban en sus corazones vergüenzas y envidias enormes, muchas viejitas dulces y jovencitos sonrientes ocultaban oscuros resentimientos.
De regreso en la cronocápsula, repasaron sus apuntes una y otra vez.
—¿Qué pasamos por alto, Mulo? —Dijo ella— Estas personas son de lo peor.
—Quizá nuestra premisa de búsqueda esté errada. —acotó el robot, siempre con su tono correcto.
—¿Qué quieres decir?
—El ADN que buscamos puede estar encubierto. Nos concentramos en un estereotipo de nuestro candidato —comenzó Mulo con tono catedrático—, sin tomar en cuenta el medio donde debe desenvolverse. Una persona con las actitudes que buscamos no sobreviviría en esa empresa; es atinado pensar que alguien que dijese la verdad estaría obligado a convertirse en antagonista del resto. Pronto sería tildado de perturbador, considerado una persona antipática para la mayoría. No dudo que se unirían para acusarlo con calumnias y así conseguir su despido.
—Estimado Mulo —dijo Marcia amonestando con suavidad al robot y sorprendiéndose de dirigirse a él amablemente—, no ha habido despidos este último mes; y tú lo sabes.
—No me refiero a eso. Nuestro objetivo también ha de ser una persona inteligente. La adaptación a los cambios imprevistos es un rasgo vital para la supervivencia. Los robots de búsqueda estuvieron más tiempo que nosotros, además de tener mejor experiencia en ese campo —Mulo calló medio minuto—. Debemos observar a una persona reservada que sabe solucionar problemas sin ser identificado. Alguien que se mueve en el anonimato, que no habla de sí mismo y tal vez sea hosco con ciertas personas.
Marcia entendió el razonamiento de Mulo, casi no podía creer que aquella máquina fuese tan útil, hasta tuvo deseos de abrazarlo. En aquella recorrida había descubierto que era un compañero leal, además de práctico y nunca le levantaba la voz o ignoraba sus preguntas.
Ingresaron otra vez al edificio, con nuevos conocimientos para la búsqueda.
 Volvieron a la faena y ya casi terminaba el día cuando encontraron al portador del ADN. Por supuesto, estaba cubriendo, sin reportarlo, el horario de un compañero, alguien que sabían no era su amigo. Aquella persona no era mencionada en las conversaciones cotidianas, tenía varios enemigos, pero también era querido por muchos, aunque no participaba en salidas o fiestas de la empresa. Sus acciones nunca quedaban registradas y para la mayoría de sus compañeros era una persona parca y poco social, pero de temperamento enérgico con aquellos que menospreciaban su puesto o autoridad.

¡Ahí estaba el candidato con el ADN que buscaban! Marcia estableció las coordenadas para regresar con los datos en la cronoagenda. En la base tendrían todo fácil con esa información. La mujer se ubicó ante los mandos de la cronocápsula, pero esta vez, Mulo no fue recluido al armario. Ocupó el asiento de copiloto, con el rango de Asistente Oficial.
—Veamos el próximo informe, amigo. —dijo Marcia con una sonrisa.


© M. C. Carper







 

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